04 junio 2009

La soledad, en la humana presencia




Autor: Virgilio López Azuán


La historia de la humanidad registra grandes actos de soledad que han trascendido los tiempos. ¿Cómo podemos explicar ese fenómeno que no sólo está presente en el ser humano, sino que todo se viviente sobre la tierra puede sentir y reflejar? Nos aproximaremos mediante una reflexión que nos conducirá por las páginas de la historia, por los vericuetos caminos del ser humano, la sociedad y la naturaleza en sentido general.
Vemos: Si nos remontamos al momento del nacimiento de un niño, el mismo pasa de un estado a otro de manera muy rápida. Antes, en el vientre, el niño se movía en el líquido amniótico en vaivenes cuasi mágicos, y ese lugar tan placentero, capaz de hacerlo dormir sobre un mundo que debe ser extraordinario, por las evidencias naturales; al salir del vientre se encuentra otro medio donde tiene que responder a estímulos, diferentes, por ejemplo: de luz, temperatura, aire, afectos, etc., la criatura evocará de inmediato su antigua residencia: el vientre. Es por eso –y esto lo aprendí en una escuela mística-, balancean entre sus brazos a la criatura y semeja involuntariamente al movimiento del líquido amniótico para que la criatura se duerma, mientras se va acostumbrando al nuevo medio que le está tocando vivir. Entonces, desde que nace la criatura, se le desata del cordón umbilical, empieza quizás el primer trauma de soledad al enfrentarse a su nueva vida en el nuevo medio. Por consiguiente, la soledad y el llanto puede ser lo primero que aflore al nacer la criatura… Eso es para pensar.
Hagamos un ejercicio sencillo. Sitúese en el desierto y observe la vasta llanura donde no crece nada, no hay árboles, no hay animales, no hay un oasis; en fin, no hay nada. En ese lugar anda la soledad, diría un poeta con la fuerza de sus metáforas. Si el poeta vive esa experiencia le aflorará un tiempo de sentimiento: el de soledad, que está asociado a la nada, al vacío, a lo inexistente en el mundo. Este es una sensación humana.
Vamos a ahora a un corral: una gallinas anda con sus pollitos escarbando semillitas y otras viandas para alimentarlos. Poco a poco la gallina se aleja con los pollitos y uno se ha turbado y se queda atrás, rezagado, y con el rumbo perdido. Al no divisar a su madre y a sus hermanitos, el pollito empieza a piar desconsoladamente. La pregunta viene ahora ¿Ese piar es una expresión de una acto de soledad? O si se le roban las crías a una paloma, cuando ella vuelve al nidal y no las encuentras, la paloma al notar la ausencia ¿la paloma no se marcha para siempre y abandona el nidal? En fin, muchas especies de animales expresan de diferentes maneras ante el fenómeno de la soledad. ¿Así no lo hace el perro, el caballo, el gato y los animales domesticados? Ya Charles Darwin afirmaba que distintas emociones y facultades que eran propios del ser humano, en realidad muchos animales también la poseían y algunos en estado muy desarrollada. Se refiere a la memoria, a la atención, al amor, a la curiosidad, a la imitación, entre otros. Y “el Dr. Michael W. Fox (autor de innumerables artículos científicos y varios libros) concluye que los animales poseen, en grado variable, capacidad de razonamiento, sentimientos y comportamiento inteligente”, según refiere el Dr. Claudio J. Gerzovich Lis, en su ensayo “Inteligencia, imaginación, emociones y sentimientos caninos ¿Mito o realidad?”
Ahora bien, la condición de sentirse solos no es exclusivo de los seres humanos, pero la capacidad de reflexionar en soledad, eso sí. Y esto nos distancia mucho de las demás especies. Esa capacidad es maravillosa, es trascendente.
Otra cosa, ¿No se ha demostrado que las plantas responden al afecto de los humanos? ¡Claro que si! Entonces, lo que estudiamos, la soledad, trasciende las fronteras de nuestra imaginación, visto como fenómeno. Si los sentimientos son reacciones causadas por estímulos exteriores e interiores, entonces las plantas tienen sentimientos, porque reaccionan al agua, a la luz, a tacto, al viento y a muchas cosas más. Ahora bien, ¿la soledad es un espacio, un sentimiento, un tiempo; un fenómeno de la naturaleza viviente? Eso es lo que hay que investigar. Como hemos señalado, nos aproximaremos lo más posible, so pena, de perdernos por los vericuetos caminos que conducen a la soledad, si es un espacio. De Rainer María Rilke, el gran poeta…. “Su soledad, aún en medio de muy inusitadas condiciones, le será de sostén y de hogar y desde ella encontrará usted todos sus caminos”.
En el inicio de las cosas: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo” (Génesis 1:2), encontramos de inmediato en la primeras palabras de este libro sagrado, la soledad, la nada, el silencio, el vacío, como usted quiera llamarlo, que nos habla de ese espacio, que trasmite un sentimiento capaz de conmover nuestras emociones. De inmediato nos lanza de plano a un abismo de interrogantes, de las cuales muchas serán respondidas tascando los misterios mayores de la naturaleza, cosa para la cual quien suscribe, no está preparado. El texto hebreo cuenta los orígenes del mundo, -y que es el escudo del cristianismo-, y de entrada nos pone en contacto con el relato o mito de la soledad. Pero esta soledad no se refiere a la que siente el ser humano, hasta este momento el hombre no había sido creado por Dios. Es una soledad con una dimensión espacial en el mundo tridimensional. Pero había una entidad sapientísima, que pudo haber sentido soledad en su mundo cósmico, espiritual y etéreo, esa entidad debía ser Dios, porque de inmediato, al percatarse de tanta soledad, empieza la gran obra del mundo. Empieza el fenómeno de la creación que incluye al hombre “a imagen y semejanza” de Él. O sea, ¿la creación del mundo pudo haber sido producto de un acto de la profunda soledad de Dios? Bueno, también aquí “hay mucha tela por donde cortar”, esa hipótesis cae en tierras muy movedizas que tampoco puede resolverse por los mecanismos y métodos de la razón científica planteados por la ciencia que conocemos. Pero no está de más ampliar nuestros horizontes en temas tan fascinantes como tan controversiales.

No creo que esto sea un ejercicio inútil ya que los caminos de la ciencia, si bien tienen grandes aciertos en describir, develar, desenmascarar misterios de la naturaleza, también es cierto que a lo largo de la evolución de su pensamiento se ha quedado corta para explicar fenómenos hasta de corte elemental.

No sólo en la Biblia hebrea encontramos en el inicio de las cosas rasgos de la soledad sino también en otros textos sagrados como el “Popol Vuh o Popol Wuj (El nombre quiché se traduciría como: `Libro del Consejo´ o `Libro de la Comunidad´), el cual es una recopilación de varias leyendas de los k'iche's, un reino de la
civilización Maya al sur de Guatemala”, que nos narra lo siguiente: “Solamente había inmovilidad y silencio en la obscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad”. Como podemos apreciar tiene rasgos muy parecidos a la Biblia hebrea, pero aquí la soledad es expresada como más dramatismo. En este mito o relato también existe la referencia al Creador y otros entes que también debieron estar impactados de tanta soledad.

Dios es la más profunda y más perfecta esencia de la soledad, después de Él, nadie está solo jamás. Él fue solo primero y el combatió la solead con la creación, porque antes su “espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”. En ese mundo espiritual cargado de misterios, la soledad existía, era ya un componente de la esencia, de todas las esencias. En el salmista David encontramos estas voces: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno; porque tú estarás conmigo”, (Salmo 23). Las religiones tienen un antídoto contra la soledad: Dios. Ya nadie se sentirá solo. Y se puede seguir hacia delante en la gran obra de desarrollo supremo en el campo espiritual.
Otro acto de soledad es el que se alude en el drama de la crucifixión de Jesús Cristo cuando al pronunciar las palabras en la cruz exclama en arameo, “Eli Eli lama sabachthani” (Dios mío, Dios mío, ¿por que me has abandonado?) Aunque no desentrañemos los misterios de estas palabras no caben dudas de que ese sentimiento que adquiere un dramatismo divino es claramente expuesto por el rabino de Galilea en medio del martirio de la cruz. Para expresarse así debió haber estar pasando por un trance de soledad indescriptible. Él sabe que siempre ha estado acompañado, pero entró en una dimensión donde solo habita la soledad, no la nada, ni el vacío existencial: habita la soledad, como esencia de la consciencia. Entonces, Cristo debía estar ejercitando un acto de supra conciencia. En ese sentido la soledad es fluido, es como un combustible para el desarrollo de la conciencia. ¿Cómo decirlo? La soledad no es un lugar, no es un tiempo, no es un ente. Pero paradójicamente la soledad es todo eso. Sin embargo la soledad como ente cabe en el mundo de la estética, con cualidades de animación, cosa que los poetas le han sacado mucho partido para sus creaciones.
El Rey Ricardo III en medio la batalla de Bosworth en 1485, puso a disposición su reino a cambio de un caballo, hecho que William Shakespeare inmortalizó con un verso. El caballo del Rey en medio de la batalla, perdió una herradura, tropezó, cayó y se fue huyendo del lugar, dejando a Ricardo abandonado y a su ejército en desbandada, desperdigados. El ejército contrario conducido por Enrique, conde Richmond marchaba contra él. Es entonces que exclama Ricardo: “¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”. Imagínese usted, ¿Qué sentimiento de soledad se apoderaría de Ricardo III? Debió ser grande, una soledad que le habría las puertas de la muerte. Una soledad que puedo tener una carga aleatoria de miedo, ansiedad y desesperación. Suerte ahora esta pregunta: ¿La soledad podría ser un espacio entre la vida y la muerte? ¿O es la muerte la suma de las soledades? Bueno, habrá que meditar. Ya habíamos asegurado que la soledad no era un espacio, contradictoriamente podía ser y a lo mejor al mismo tiempo. Pero sigamos adelante a lo mejor los juicios, los caminos de la razón no conducen a otras reflexiones más profundas, pero más digeribles. Que así sea.
En uno de mis micro relatos publicados en el libro “Cuentos eternamente breves” (2005) aparece la narración de donde Heráclito de Éfeso dice al ver las aguas del río correr, la expresión: “Todo fluye”, y agrega la narración que lo dice “fulminado por el dolor”. Ese dolor es el de la soledad. O sea que la soledad duele. Y en el mundo poético, el dolor producido por la soledad es el más explotado. La soledad que produce la ausencia del ser querido, esa soledad de enamorado que tantos versos ha producido. Esto se explica por la condición de que el ser humano es un ser social o un animal político como decía Aristóteles, que dado esto también decía que “la soledad no es humana”, a lo mejor porque estaba reservada para los dioses.
Un último ejemplo que citaré sobre casos que tocan el tema de la soledad lo constituye una de las obras cumbres de la literatura hispanoamericana. “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez. El autor se vale de esa metáfora que tanto impacta en la condición humana para retratar un mundo donde la realidad y la ficción confluyen en los personajes y en los hechos para crear un marco no solo social, sino mágico, y mítico. Creó su visión del mundo a través de Macondo y la soledad. Tanto es así que en la novela aparece el fenómeno de nombrar las cosas por primera vez como si fuera el génesis de todo.
La soledad al parecer tiene dimensiones. Es común decir “¡Que soledad tan grande!”, “¡Qué profunda soledad!” o ¡Qué larga soledad! O sea, que parece estar definida la soledad como un ente del mundo tridimensional de Euclides. Pero veamos ahora qué dicen algunos poetas. Por ejemplo, Poul Eluard: “La soledad me pareció más viva que la sangre” y “Sobre la ausencia sin deseos/ Sobre la soledad desnuda/ Sobre las manchas de la muerte/ Escribo tu nombre”, o “Te he hecho a la medida de la mi soledad” Además de viva, el poeta la ve desnuda y con tamaño, dándole carácter animado con la magia de los recursos literarios. En verdad en estos versos los misterios de la soledad adquieren una dimensión mítica.
En el poema “Podría esta más sola” Emily Dickinson manifiesta: “Podría estar más sola sin mi Soledad/tan habituada estoy a mi destino”. Aquí de tanto estar sola, la soledad se ha vuelto compañía para la poeta, o sea que ha entronizado la soledad a su manera no solo de ser, sino de estar. La soledad ha sido develada y más allá de la soledad parece que hay más soledades, que podrían ser infinita como los túneles de los espejos.
Un gran poeta admirado lo fue Rainer María Rilke, y de él tomamos algunas vetas de su pensamiento estético que relacionan a la Soledad. Veamos: “Las obras de arte son de una infinita soledad”. Nadie podrá hacer arte si no le da la mano a la soledad, a esa infinita soledad que nos lleva por entrañables galerías para atrapar todo el rastro de los mundos: los que afloran, los escondidos en el confín de los misterios, a esos espacios que no se pueden llegar solos, sino acompañados de la soledad. Porque la soledad no es estar solo. Estar solo es sólo una puerta por donde se entra a la soledad. Y Rilke nos habla de esa infinita soledad, la infinitud del arte, capaz de hacernos aventureros de la emoción más entrañable. Pero también Rilke nos dice: “ame la soledad, y aguante la soledad que le causa”, porque nada que hace bien deja de hacer mal. Es como si la lucha de los eternos opuestos se complementa en la soledad. Así, con su voz femenina, como si el origen de todo fuera femenino. Entonces la soledad como puede matar, también da vida. Es como si la soledad se proyectara como espejos al infinito. ¿Será la soledad que mata la que vio Jorge Luís Borges frente al espejo? Dice el poeta: “Yo que sentí el horror de los espejos/ No sólo ante el cristal impenetrable/ Donde acaba y empieza, inhabitable, / un imposible espacio de reflejos”, o lo que vio la poeta cubana Dulce María Loynaz: “Este espejo colgado a la pared, /donde a veces me miro de pasada.../es un estanque muerto que han traído a la casa. /Cadáver de un estanque es el espejo:/Agua inmóvil y rígida que guarda/dentro de ella colores todavía, / remembranzas”. O en lo que se expresa en estos versos del peruano César Vallejo: “Estáis muertos/…Os digo, pues, /que la vida está en el espejo / y que vosotros sois el original, la muerte”. Como se ve Vallejo ve vida en el espejo, por si estáis muertos, y la muerte debe estar enamorada de la soledad.
Contrario a lo que se puede pensar el artista no se refugia en el arte para huir de la soledad, el que así lo hace, probablemente no produzca una obra trascendente. De la soledad no se puede huir, porque está con nosotros como sustancia de la esencia y como esencia de la conciencia. La soledad se parece a la nada: Según Lao Tsé “Solo la nada penetra donde no hay espacio”, así la soledad es un sentimiento que penetra donde no llegan los demás sentimientos. La soledad es para lo sentimientos como la síntesis de los mismos donde todos se anulan y todos se manifiestan. La soledad es como el color blanco que se produce al hacer girar el disco de Newton cuando suma todos los colores del arco iris. Sólo un sentimiento supera la soledad, la desparrama, la vence. Ese sentimiento es el amor. Al mismo tiempo de saberse que la soledad nace del amor y el mismo amor tiende a aplazarla. Nunca sin dejarla u oponerla, como se hizo con el ángel del mal que nacido del creador, el creador lo “destierra” y lo opone. Lo que pasa con los sentimientos y los agregados sicológicos es que uno se superpone a otro obedeciendo a estímulos, variables, situaciones y hasta misterios del ser, pero todos se complementan. Se verifica una lucha por la supremacía por el poder egoico. El odio posee una fuerza demoledora, la envidia es capaz de hacer desaparecer montañas, la lascivia es una de las más poderosas, capaz de producir mutaciones de inimaginables consecuencias.
Ahora bien, volvamos a la soledad, los poetas y demás creadores, aprovechan la soledad como esencia creativa, así lo hizo Rilke, Borges, Vallejo, y tal vez muchísimos más. Han encontrado la clave para producir maravillosas obras artísticas. No nos referimos a la soledad del retraído, sino aquella que se empoza en el alma y es madre de todas las cosas. La soledad y nada hermanan, son como parientes, que vienen del mismo vientre fecundo. Pero muchos poetas, como algunos de los que ya hemos citado la han estigmatizado, es un sentimiento que lo asocian más al dolor, a la pena, a la nostalgia, a la tristeza, a la angustia y a la ansiedad que a otros sentimientos. Sin embargo, haciendo un ejercicio de reflexión muchos también son los poetas que no ven la soledad con esa cara de monstruo, con esa facultad creadora de angustias; no, hay otros poetas que la toman de la mano y se van a pasear por la esencia de la conciencia. Así como Virgilio condujo a Dante en la “Divina Comedia”, así la soledad, alidada fiel del poeta, del creador lo lleva por los caminos donde se alcanzan los grados más altos de la condición humana.
Por la soledad se pueden transitar todos los caminos de la vida y de la muerte, de la materia y el espíritu: “Su soledad, aún en medio de muy inusitadas condiciones, /le será de sostén y de hogar/y desde ella encontrará usted todos sus caminos”, llegó a escribir Rilke. Es un punto de luz para el poeta, linterna que alumbra por los túneles oscuros. Para Mario Benedetti la soledad a veces puede ser una llama: “Por mi parte te ofrezco/ mi última confianza /estás sola /estoy solo /pero a veces /puede la soledad ser una llama.”.Entonces, la soledad para algunos es un espacio, un tiempo, un camino, una llama, un monstruo o cualquier otra cosa.
Para Benedetti la soledad viene después. No es un ente que forma parte intrínseca de la esencia de las cosas. Veamos: “después de la alegría viene la soledad/ después de la plenitud viene la soledad /después del amor viene la soledad”. Siguiendo el hilo de los versos se puede decir que la soledad siempre viene, viene después de todo. Y nos busca y se empodera de nosotros. Así es como se describe en los planos estético. Es tan real que tiene aliento, tiene carácter animado. Pero no sería así si no tiene un espejo que la refleja y ese espejo está en nuestro interior, en nuestro ser, en la esencia del ser. Nadie está solo nunca. Debe repetirse siempre, tiene que haber alguna presencia para que se encienda la llama de la soledad. Ella es como una maestra que nos enseña qué somos nosotros mismos. Es como un espejo que nos refleja y podemos descubrirnos de cuerpo, mente y espíritu. Por eso es que quizás huimos de ella porque nosotros no nos queremos ver a nosotros mismos. Nos da miedo vernos, contemplarnos, no sabiendo la grandeza que envuelve este acto, que no humaniza, y nos lleva en alas del pájaros a un espacio donde todo es tan grácil que nos deslumbra, todo es tan asombroso que nos asombramos más, de la infinitud del espíritu, de la vida y sus conjuntos.

Si algo nos da miedo, sentimos que nos persigue, y corremos de él. Pero el miedo puede ser de carácter cultural y mítico. Hay personas que ante el vuelo de una cucaracha les dan ataques de pánico. Y, sin embargo, no le tienen miedo a otros animales que pueden ser más feroces. Ese miedo pude tener un origen cultural. Entonces, cada vez que esas personas ven una cucaracha tienden a huirles. Unos dirán que no es que les tiene miedo del todo sino más bien que les tienen asco. Pero hay otros animales, y otras cosas con características más asquerosas las cucarachas, y sin embargo, no les tienen ni una pizca de miedo. En cambio, nadie la huye a la alegría (el tema de la alegría lo explicaremos en otro escrito). Contrario a la soledad que es una persecutora, la alegría no persigue a nadie, más bien nosotros andamos persiguiéndola, convocándola desde tiempos inmemoriales, ya sea con bebidas espirituales u otros estímulos. Con tanta avidez buscamos la alegría, que esto podría ser peligroso y es retratado por Mario Benedetti cuando dice que hay que defender la alegría de la misma alegría.
La soledad pertenece al grupo de los sentimientos susceptibles a rechazos, como lo es la pena, la tristeza, la nostalgia; que dicho sea de paso son sentimientos con sus marcadas diferencias, son conceptos con sus esencias individuales.
Podemos vernos avocados a transitar dos tipos fundamentales de soledades, la mítica y la mística. La mítica está asociada al mundo cultural en que nos desenvolvemos. Esta asociada al concepto psicológico y sociológico de la soledad, donde existen guiones, mitificaciones, esteriotipas, percepciones y enfermedades que la defieren. El tipo de soledad mística, es aquella que se expresa circundando la búsqueda de la realización del ser, de la autorrealización. Tiene un sentido de arrobamiento, y en vez de miedo, merodea la paz, de tipo subliminal. Es capaz de hacer despertar los sentidos interiores que están dormidos, de escuchar voces en el silencio de los misterios espirituales y también conocer los secretos más reservados de la magia, de la alquimia, de la piedra filosofal. Algunos entienden que el acto supremo de la soledad es la muerte, que solo en la muerte se consuman las soledades. Aquellas profundas que cargan todos los misterios del mundo. Eso hace que evoquemos a Gustavo Adolfo Becker con sus versos famosos: “¡Dios mío, qué solos /Se quedan los muertos!”. Y cuando se hace una comparación con esos misterios insondables y los misterios de la vida, y no tenemos la capacidad de explicarlos, surge la necesidad de la autorrealización espiritual. Una pregunta ¿Quiénes están solos, los muertos o las personas que están en el entorno de ellos? Se tiene la certeza de que estar solo no significa necesariamente que se experimente eso que llamamos soledad. Me parece que la expresión de Becker es referida no a los muertos mismos, sino a sus deudos y allegados que lo extrañarán, y les producirá nostalgia, dolor y pena su ausencia del mundo de los vivos. Si partimos de que la muerte es un acto supremo de soledad y los deudos y relacionados experimentan ese sentimiento por la pérdida, entonces un acto de soledad es capaz de multiplicarse y sentirse de diversas maneras, cada cual con sus matices diferentes. Imaginemos ahora cuando Jesús, el Cristo, expiró en la cruz del calvario. ¡Cuán solo se quedó el mundo que asistía al drama! A María le encomienda a Juan y a Juan le encomienda a María: "Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". Luego dice al discípulo: "He ahí a tu madre"" (Jn 19, 26-27). En una reflexión simple ¿no podríamos decir que Jesús, el Cristo sabía de la honda soledad en que quedaría su madre por la partida de su hijo y le deja un consuelo: a Juan? Entonces, ¿No estaba María preparada para asumir esos misterios de la soledad que se perciben en el mundo viviente? O ¿Los misterios que encierran estas palabras anulan esta última interrogante, porque se trata de la soledad que reside en la conciencia? Habrá entonces de surgir otra pregunta ¿Necesitaba María a Juan para no sucumbir ni dudar de los misterios de la muerte en el trance de esa profundad soledad que ha dejado la partida terrenal de su hijo? Bueno, quisiéramos contestar, pero con los juicios simples no creo que bastarían para obtener respuestas en un flash. Sólo sé que estas interrogantes claramente se pueden contestar con la virtud de la consciencia mística desarrollada, porque con actos de reflexiones lógicas, solo pueden orillar la verdad intríncesa de las mismas. En este caso con una profunda meditación, con actos supremos de soledad podríamos alcanzar esas respuestas. Existirán lectores de este tema que podrían contestarlas, y asumirán posiciones de que “eso es fácil”, si así lo hicierais, ¡Enhora buena! Pero si dudan investiguen porque como decía Blas Pascal: “El que duda y no investiga no se torna en un infeliz sino en un injusto”.

Las ideas existenciales sobre la soledad expuestas por Martín Heidegger y de Clark Moustakas, la describen como la actitud y experiencia provocada por la búsqueda del ser.

La soledad es un todo o esencia de todo. Nada estaría librado de la soledad. Todo ser viviente de una u otra manera la percibiría, la sentiría. Es un ente que vive multiplicándose al infinito. Eso ya está sobre dicho en este escrito. De ahí es ancha y profunda. La soledad no creativa nos hace caminar por las “miserias, en el tedio, el egoísmo, el aburrimiento y la desesperanza”. Mientras que la soledad como esencia creativa nos hace viajar por la alegría, el goce de la conciencia, el dominio de naturaleza; y nos hace conocer un poco más la esencia del Ser. Antonio Machado, poeta español nos dice en el poema “Retrato”:“Converso con el hombre que siempre va conmigo/ ¿quien habla solo espera hablar a Dios un día?; / mi soliloquio es plática con ese buen amigo/ que me enseñó el secreto de la filantropía/”. Es un conversatorio con el Ser, con la esencia de la conciencia. Este es un camino que solo se transita con por medio de la soledad creativa. No aquella que nos mata, que nos engulle, como serpiente; que es… diríamos: improductiva.

La soledad improductiva, la que se parece a la orfandad, nos hace débiles, menesterosos; dignos de pena. Nos hace tristes, amargados, nostálgicos, desgraciados, y sobre todo domina la mayoría de nuestros pensamientos, generando angustia y dolor. Nos puede poner en contacto con las pasiones bajas y los inflamundos espirituales.
La soledad no solo es del estar, sino de ser y del Ser, pero casi siempre enfocamos nuestros pensamientos, nuestras emociones para definirla desde el punto de la condición de estar, desde la dimensión espacio-temporal y olvidamos la trascendencia de la soledad como compañera en las batallas internas del Ser, donde toda la vida -y como dirían algunos metafísicos-, todas las vidas están consignadas, en misterios relevantes, muchos de ellos no revelados.
La soledad como sentimiento no existe sola, está vinculada con hilos trascendentes con todos los sentimientos. Estos no existieran sin la soledad. Funciona como la regente, y cuando ella impone su imperio se y presentan puede que uno se encuentre en medio de dos mundos: el de la conciencia y el del sueño. O se está cerca de lo desconocido, que por general aparecen las redes del miedo y desencadena ansiedad y angustias. Pero nadie está solo del todo, lo que pasa es que a veces no tenemos conciencia de que no estamos solos. Veamos lo que dice Rilke en su poema “No estoy solo”: Jamás estoy solo. /Los que vivieron antes que yo/ y de mi huyeron/construyeron, /construyeron lo que soy” Y nosotros seguimos construyendo, haciendo, para que nadie experimente la soledad que causa esos sentimientos tan desagradables y que tanto, como paradoja, nos hacen ser tan humanos. Mejor que nadie desde el principio conjurara la soledad para que no esté en nosotros, eso hubiese sido algo desastroso, porque ella nos sirve como combustible, como compañera de equipaje para alcanzar las grandes metas espirituales. La nada hermana con la soledad y la soledad hermana con el silencio y se toman de las manos y hacen un círculo perfecto.
Junto a la soledad, apoyado en la esencia creativa que ella facilita, podemos auscultar ideas, imágenes, conceptos trascendentales que no son perceptibles de otra manera. Y hay que hacer, como dijo Edgard Alan Poe en su poema “Espíritu de los muertos”: “Sé silencioso en la soledad/”. De esta manera todas las antenas de nuestras percepciones estarían poli dirigidas a todas las dimensiones, a todos los espacios, a todas las cosas; es más, están dirigidas a todas las esencias de las cosas, para poder sentirlas, entenderlas y, sobre todo, para poder estar en condición de trasmutarlas. En ese poema también Poe dice: “que no es tristeza estar solo”. Hay quienes que experimentando la soledad lo menos que hacen es estar silenciosos, buscan algo qué hacer para “distraerse”, para huir de la tristeza, la ansiedad, la angustia... y de la soledad misma. Si pensamos en el verso anterior, si meditamos sobre él, la soledad no será brumas, ni tridentes, ni garfios que nos asechan. Pero en verdad existe el condicionante de la vida en sociedad, como condición humana y hasta animal, y retraerse a espacios de soledad puede hacernos perder el rumbo del sentido esencial de la soledad vista desde los planos de trascendencia del Ser. Reitero, no es la soledad del retraído, es la soledad como esencia, como un sentimiento primigenio.
Tomás Melton dijo: “Pero el hombre que aprende, en la soledad y el recogimiento, estar en paz con su propia soledad, prefieren a su realidad la ilusión de la compañía simplemente natural, llega a conocer la compañía invisible de Dios” He de creer entonces que ni siguiera los dioses se escapan al drama de la soledad, y el hombre menos, para huir de la soledad se adoraron a animales, se escenificaron grandes hazañas, se adoraron dioses y organizaron grandes civilizaciones. Pero las corrientes del pensamiento individualista y colectivo siempre han vivido en pugnas como pares opuestos en la manera de ser de las sociedades. Algunos hablan sobre las “sociedades individualistas”, porque existen las tendencias del crecimiento individual dentro del ámbito social. En individualismo es una falsa soledad como decía: «La verdadera soledad es la morada del hombre; la falsa soledad, el refugio del individualista.
En el mundo de hoy existe una tendencia bien marcada a la soledad y este tema debe ser abordado por psicólogos, sociólogos, teólogos, y filósofos para dar respuestas a este tipo de sentimiento tan importante para el ser humano. Existe hoy una soledad elegida. Cada vez más son las personas que estando en vida de pareja, viven solos. Mucho más son las personas que eligen el camino de ser solitarios como una manera de vida. El individualismo dentro del conglomerado social va en aumento. Entonces, los que lo practican podrían llamarse individualistas sociales. Es como se dice en el hablar popular “cada quien está jalando pa´su lado” Porque los valores y los principios que sustentan la vida en comunidad, vienen perdiendo terreno en la práctica.
Si miramos la soledad con ojos críticos podríamos conjurar muchos dolores del mundo, muchas horas de angustias y sobre todo, le daríamos un golpe duro a la violencia. No olvidar que todo puede nacer de la soledad: el amor, las ilusiones, la violencia, la pasión, el odio, la realización espiritual los temores, como dice el poema “Desiderata”: “Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad”.

Mayo 19 del 2009.

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