08 marzo 2023

Los feminicídios a propósito del Dia Internacional de la Mujer



                          Denny Agramonte 

La conmemoración hoy del Día Internacional de la Mujer, constituye una gran oportunidad, a los fines de reflexionar sobre una fenomenología intrincada que, por mucho tiempo ha venido generando crispación y desasosiego en nuestro país. Desde luego, nos referimos a los feminicidios.

El feminicidio, que no es más que el asesinato de una mujer por razones indisolublemente asociada a su condición esencial de su género, simboliza un punto de confluencia final de prácticamente todas las demás expresiones de violencia contra la mujer, y por consiguiente, cuando analizamos la temática de los feminicidios, tenemos necesariamente que tomar en consideración, el maltrato físico y psicológico, violencia sexual, matrimonio infantil, mutilación genital, etc.

Aseveramos lo antes referido, toda vez que, de acuerdo a diversos estudios y estadísticas oficiales de distintos países, el feminicida, por lo general, no lleva a efecto el asesinato en su primera reacción, sino que comienza por la agresión de cualquier naturaleza, hasta llegar el momento del desenlace fatal.

No está demás subrayar que, los feminicidios se registran en todas partes del mundo. No importa el desarrollo del país. Sin embargo, América Latina tiene el liderazgo del fenómeno en cuestión. 

Ahora bien, para poder entender y a su vez lograr descodificar dicho fenómeno, se precisa adentrarnos a la historia evolutiva de nuestra especie. Puesto que en ella constataremos el origen de este mal que tanto nos afecta como sociedad. 

En principio fuimos nómadas cazadores y recolectores, una plataforma social donde la fuerza y la habilidad física eran lo único que garantizaban la supervivencia. Por supuesto, el hombre desarrolló más fuerza física que la mujer, y todo por nuestro patrón evolutivo; justo ahí nace la sociedad patriarcal que aún hoy, se resiste a ser sustituida. En esas circunstancias, la mujer, producto de su instinto por preservar la vida y eternizar la especie, apelaba constantemente a la protección del hombre, y a cambio, le complementaba la reproducción de su simiente. En ese momento, la mujer solía mantenerse cerca del hombre luego del coito, porque de esa manera este podía garantizarle que la criatura en gestación, fuera suya, y solo así, él se sentiría estimulado y compelido a protegerla; ahí está la génesis de la “objetificación” de la mujer.

Más adelante, en los inicios de nuestra civilización, cuando hicimos la transición a la domesticación y la agricultura, la fuerza física continuó siendo el principal insumo en los afanes de supervivencia, y lamentablemente seguía arraigándose culturalmente la superioridad del hombre.

Posteriormente, fuimos avanzando como conglomerado, a tal punto que, llegó un momento en que no era suficiente la fuerza física para la consecución del dominio absoluto, y esa situación creó las condiciones para el surgimiento de las religiones politeístas, en principio. Como mecanismo de dominio sutil. Siglos después irrumpieron las religiones monoteístas. Verbigracia, judaísmo, islamismo y cristianismo, las tres en sus textos sagrados consagran la inferioridad de la mujer frente al hombre. 

A partir de la Revolución Inddustrial, la tecnología provocó la infravaloración del esfuerzo físico, y por vía de consecuencia, priorizó la inteligencia y las destrezas técnicas. Sin duda alguna, este acontecimiento representó un punto de inflexión, que dio al traste con lo que se conoce en la actualidad como la liberación femenina o feminismo.

Empero, hay que significar que, un problema tan antiquísimo y ancestral como el de los feminicidios, es imposible resolverlo solo con penas severas. Dicho problema está muy enraizado en nuestra civilización. Pero además, qué sentido tendría apostar únicamente al elemento punitivo, si el que mata a una mujer termina auxiliándose como todo un cobarde, al suicidio.

En suma, sólo es posible un cambio copernicano de la historia de los feminicidios, si logramos crear un hombre nuevo, y eso solo es materialmente posible, diseñando un modelo educativo estructural, donde se incluya la enseñanza de la biología evolutiva y donde se incorpore el tema de los sentimientos, porque históricamente nos han hecho creer que el amor se manifiesta en el corazón, pero resulta que, está más que demostrado por la ciencia que, los sentimientos se expresan o tienen como epicentro una parte del cerebro que se conoce como sistema límbico. 

Por último, las religiones como instituciones forjadoras y promotoras de valores e influencia doras sociales, están precisadas a desterrar de una vez y para siempre, esa idea absurda de superioridad masculina que le crea una ambientación favorable a la violencia de género. 

Evidentemente, esta es una obra titánica que no se logrará una solución real y efectiva de hoy para mañana. Según nuestras proyecciones, erradicar esta epidemia de los feminicidios, tardaría no menos de 30 años. 

Tenemos que comenzar ya. Este es el momento más idóneo!

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