30 marzo 2012

INVITADO ESPECIAL

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EL CORRER DE LOS DÍAS
El hombre que buscaba reinventar el logos
Marcio Veloz Maggiolo
El hombre sabio, hermano de un tal Zaratustra, soñaba cada semana santa, con un mundo feliz. Lo anunciaba cada vez a los que sabían que ese mundo era parte interior del hombre. Meditaba noche a noche para ver el futuro. Dos futuros veía: el de aquellos que consideraban la tecnología, los avances de la guerra sin contar con el corazón, y el de los que mirando hacia adentro pensaban que a veces una sola palabra podría ser capaz de mejorar al hombre.
Desde su interior, el pensador creía que existían en el ser humano arboledas futuras, océanos más grandes y crecientes que los que en aquel momento cubrían la faz de universo.
Pensaba en selvas misteriosas e interiores aun no escudriñadas, imposibles de ser explotadas por la desidia y la ambición de los más poderosos.
Veía pájaros azules volar de un pensamiento a otro, porque el pensamiento era también la forma de un universo coloquial capaz de conversar consigo mismo. El autocoloquio permite escuchar con nitidez las palabras pensadas.
Los años no eran predecibles porque estaban ya agrupados en una gran bola sin claro destino, y los atardeceres eran más transparentes que el color de sí mismos, mientras que dentro de lo modos de pensar, la lluvia nacía a veces evitando compararse con las lágrimas. Hombres surgidos desde las entrañas del pensamiento anunciaban con antorchas perfumadas la llegada de un reino de paz que en nada se parecería al reino de las guerras.
El pensador, aislado en el progreso de su espíritu, soñaba tarjetas y cartas inasibles repletas de reflejos para cada ser de la naturaleza, porque si bien el hombre había creado las fechas, las fechas eran siempre un mundo imaginario y modelo de fragmentación para los que las construyeran con la finalidad de marcar su propia historia. Apenas los hombres la transformaron en compartimientos, el ser humano, incapaz de entenderla, hizo de ella un amasijo de días, meses, años, que eran parte de una eternidad mal elaborada, incomprensible y confusa para sus propios creadores. El invento de las religiosidades fragmentó cada vez el Yug, o sea la unión del hombre con su todo.
El hombre sabio se fue a su caverna y desde allí contempló el mundo de fuera y el de dentro. Vio dentro de sí el mundo de fuera, y proyectó hacia fuera el de dentro.
Conociendo su logos, comprendió que era cierta aquella visión del topos uranus del viejo Platón, el que sin escribir dejó líneas completas que orientaron a la humanidad de su época. Comprendió que lo que contenía en su mundo interior podría consolidarse. Y entonces, dormidos pero sin pensamiento capaz de llevarnos a soñar mejor, los que andamos buscando la verdad desde hace milenios, esperamos para un día decirles que su equivocación había crecido y que todo debería ser repensado. Que era necesario repensar el logos para llevar la palabra a su lugar de origen

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