09 diciembre 2011

ARTICULO INVITADO

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Martinica, el dios de la yuca nos acompañaba

Marcio Veloz Maggiolo

Atendiendo una invitación del alcalde Rodolphe Desire, hemos visitado durante una semana la Feria Internacional de Artesanía de Martinica con sede en la comunidad de Marin. Lo cierto es que se trata de uno de los lugares más visitados de la isla, con una ensenada en la que reposan y se desplazan al mismo tiempo veleros de todo tipo, y con un tipo de gente en la cual el trato humano está por encima del que recibimos en muchos lugares del Caribe. El paisaje, merecedor de fotografías interminables, era y es un modelo de paraíso entre espumas, luces y crepúsculos a veces lluviosos e inspiradores a la vez.
Tuvimos la oportunidad de compartir nuestra visita con el Dr. Sebastián Robiou Lamarche, un verdadero experto en las culturas de los caribes, y en los aspectos de una astronomía tan fascinante como desconocida para muchos, entre ellos quien escribe. Las discusiones con Sebastián siempre compartidas con mi esposa Norma, me dejaron la impresión de que podría algún día volver a ser arqueólogo de campo. Hablamos de viejos amigos y de nuevos investigadores. Recordamos a Ricardo Alegría, fundador de la arqueología científica en Puerto Rico, y revisamos mentalmente las últimas publicaciones en el área. Lo cierto es que en cinco días hubo tiempo para todo.
Martinica es el Caribe. Las montañas, no tan altas como las nuestras, son el asiento de una población que tempranamente descubrió sus ensenadas y sus formas hasta inventar una imagen nueva. Para muchos martiniqueños y antillanos las primeras expresiones escultóricas del que sería luego, entre los aborígenes, el dios de la yuca, nacieron aquí en las islas de Martinica y Dominica.
Las montañas inspiraron a la gente de TroumassË, y otros lugares, y muy posiblemente esa gente, venida de la cuenca del río Orinoco hacia el siglo IV antes de Cristo, percibió que las montañas isleñas y las corrientes de los ríos continentales eran realmente la contradicción fundamental.
Los que salieron del Orinoco y llegaron a islas tan montañosas como Dominica y Martinica tuvieron que cambiar, ya en fechas anteriores a la era cristiana, el modelo de vida con el que desarrollaron sus quehaceres en las grandes cuencas amazónicas. Martinica representaba el territorio de las elevaciones, el lugar en donde era imposible cultivar con sistemas tan antiguos como el de roza, o sea el de la tala y quema del bosque, el que los dominicanos llamamos hoy “tumba”, ello porque las planicies para el cultivo no eran tan abundantes como lo eran en la selva de los grandes ríos continentales de donde habían salido los primeros cultivadores de mandioca. Se incrementó la pesca, la recolección, y la agricultura corrió pareja con ellas.
El dios de la yuca, llamado luego por los taínos con varios nombres, fue en principio una forma pequeña, representación de apenas una pulgada o pulgada y media. Desde el siglo III antes de Cristo hasta el siglo VIII de nuestra era Yucahú, llamado en las Antillas mayores Yucah?-Bagua-Maorocoti, o Yuguah?guam‡, sólo creció hasta hacerse el dios mayor, con la presencia del desarrollo socioeconómico y cacical que se generó en Puerto Rico y Santo Domingo a partir del siglo X, cuando se inauguraba el primer paso hacia el cacicazgo. Entonces el pequeño ídolo, del cual existen varios modelos en el Museo Departamental de La Martinica, creció, empezó a tener decoraciones complejas, alcanzó a tener formas diversas representativas del rostro o la faz de Yucah?, que era además personaje ligado al mar, y que según el etnólogo y crítico cubano José Juan Arrom, tenía también las condiciones de Jefe, porque Guam‡ era entre los aborígenes el alto nombre de los mandantes llamados también caciques.
Recordé en una charla para los participantes en el evento, que muy posiblemente la isla de Matinino ñaunque haya ciertas oposiciones a que fuera isla totalmente Caribeña era la Martinica de hoy, lo que corrobora Robiou, e hice énfasis en la “Relación del Padre Pané”, donde se recoge la leyenda de que las mujeres taínas fueron raptadas por un tal Guahayona, y llevadas a Matinino, lo que implica que las invasiones caribes hicieron leyenda entre nuestros indios hasta colocar en Matinino las mujeres que hubieron de ser rehechas en la isla Española por las acciones del pájaro carpintero que perforó el sexo de especies de mujeres caídas de los árboles, de donde nacida otra vez la población daría vida a una nueva demografía. El mito creído como taíno por el cronista PanË, era realmente Caribe.
Matinino tuvo que ver con cierta nacencia prehistórica, porque las mujeres taínas pasaron a ser parte del proceso agricultor de los caribes isleños.
Pese al mestizaje martiniqueño, y la fuerza de la tradición africana, los dioses de las islas, entre ellos el dios de tres puntas representativo de la yuca, son apreciados como entes del pasado isleño.
Un público interesado en la navegación, las migraciones y los intercambios culturales siguió con atención la conferencia dictada por el Dr. Sebastián Roboiu Lamarche, especialista en las culturas del Caribe y estudioso de los procesos astronómicos que los indios caribes consideraban dentro de una mitología que iba pareja con su navegación. Robiou, con acierto, explicó las constelaciones, su “lectura” y uso entre los caribes, haciendo énfasis en las crónicas francesas y despertando interés en los presentes, dada la claridad de sus exposiciones. Así Martinica se solazaba en las nuevas versiones de Robiou acerca de un mundo que fue parte de las Antillas llamadas menores, y que se proyectaba mitológica y realmente en las Mayores.
Al fin y al cabo Martinica fue un espacio para el encuentro, pero un encuentro desde el presente hacia el pasado. Martinica, con sus ensenadas, sus montañas y su gente, se transformaba en el escenario mental de un modo de vida que hoy vive en el recuerdo y que de alguna manera los arqueólogos ayudamos a recuperar.

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