Por
Ylonka Nacidit-Perdomo
Las feministas del sistema
se han
constituido en una interferencia en las relaciones de poder entre el hombre
y la mujer; su afán de lucro las ha conducido a convertir esa relación sólo en una
representación de opresión; le han asignado esta única perspectiva, sin aludir
a otras epistemologías que deben ser estudiadas, enfocándose de manera
reduccionista a lo
culturalmente influyente.
En un siglo de los
llamados “avances” de la mujer, se ha creado un status legal para la mujer, un
status de posibles identidades, un status imaginario desde el adoctrinamiento
patriarcal; nuestros códigos, paradigmáticamente, no traen consigo una
transgresión a las posibles nuevas vías de comunicación/convivencia en
la vida cotidiana de los “opuestos”, es decir, del hombre y la mujer, ya que
han sido construidos desde el espacio público masculino (Parlamento, Cámaras
Legislativas, Estado, iglesias, etc.).
El sujeto femenino que se
adhiere al
feminismo radical o del sistema a través de la llamada “solidaridad” femenina
(enarbolada por intelectuales, académicas, políticas tradicionales, onegetistas, etc.), ha querido “usurparle” al sujeto masculino
(al hombre) la autoría de las leyes, el poder de coerción realizada por él,
para ellos y ellas (en especial, para los que no pueden liberarse de la
sumisión, de la humillación, de la dolorosa ausencia de dignidad).
Los legisladores son los
“interlocutores” del pretexto de la igualdad; son los destinatarios/”escuchas”
de ese papel de equidad que las mujeres “desean”, “demandan” jugar en medio de
una interlocución imaginaria. ¿Por qué imaginaria? Porque las mujeres en el
sistema patriarcal, en que viven o sobreviven, no tienen autoridad real sobre
su vida ni sobre sus obras; viven en una nubosidad inviable de “igualdad” de
derechos humanos, combatiendo (siempre, aparentemente, estamos
haciendo la “guerra”) las contradicciones del discurso, del signo asignado como
sujeto, que solo tiene afiliación con el hombre a través del mito de Eva.
Esa nubosidad inviable de
no entendernos, ni unos ni otros, es lo que ha hecho sofocante al mundo; porque
las mujeres no pueden continuar su estrategia de liberación/lucha, de reconocimiento
de sujeto sólo destacando la binariedad oposicional hombre/mujer.
La feminidad no es una metáfora, ni un sintagma excluyente de la propia
naturaleza biológica, ni puede ser la pauta para la referencialidad de los
derechos humanos negados.
Las feministas del sistema
presumen, todo el tiempo, de la exclusión (palabra preferida por ellas); pero
no dicen que presumen de la exclusión de sí mismas cuando dejan que se
construyan –desde el Estado- visiones desvitalizadas sobre la violencia de género.
¿Cuáles son los atributos
del sujeto denominado “mujer”: cuerpo o intelecto? He aquí, una oposición
¿binaria? para las amantes de las diferencias. Si es cuerpo,
biológicamente, a qué está asociado lo
femenino, a cuáles artificios de representación “natural”; quién se apropia de
ella, quién la somete, quién la clausura, quién le impide su acción, quién la
oprime?
Si es cuerpo: ¿Hay
alguna política liberadora promovida desde el
Estado o las onegetistas que destruya, para siempre, ese
discurso, esa memoria, esa subjetividad terrenal, de que la mujer es un objeto
de deseo? Pero, si lo que vemos, escuchamos, sentimos diariamente, a través de
un ejército de campaña de los aparatos ideológicos del Estado (con un
matiz creciente de incomprensión de la violencia de género y
desde los espacios de manipulación que crea el capitalismo de consumo), es un objeto al cual le
“otorgan” figuraciones
sociales, engarzadas a las desmemorias elaboradas por la tradición patriarcal.
¿Cómo destruir esa
percepción de que la mujer no es cuerpo? ¿A través de la modificación de
códigos de conducta, creando un nuevo espíritu de entendimiento hombre/mujer;
desarraigando las ideas de la organización política que es el
Estado patriarcal, todas unidas, derribando los espacios públicos desde los
cuales se mediatiza el cuerpo de la mujer?
Pregunto: ¿Cuál debe ser
el quehacer, entonces, de aquellas que no tienen voz para oponerse a la
apropiación, disminución y destrucción de su cuerpo; aquellas que
son víctimas de un Estado indolente, indiferente, desilusionador, que no
articula acción alguna para re-estructurarse como un Estado social de
derecho?
Nos dirán ahora, que si
hemos olvidado que éste, es un Estado patriarcal, y lo aceptamos. Este es un
Estado patriarcal donde las mujeres son poblaciones de cosas, “res”, en
condiciones de vida infrahumana o ¿no es infrahumana la tortura diaria de leer
que una mujer fue asesinada a tiros, quemada, degollada
o muerta a martillazos, palos, puñaladas, estrangulada,
etc., por falta de medidas de protección y prevención del Estado?
Por Dios! ¿Qué Estado
patriarcal tenemos donde aún bajo su autoritarismo la mujer no tiene
derecho alguno de protección sobre su cuerpo, y encima tenemos que seguir
escuchando desde todas las esferas discursos emocionales?
Nos preguntamos: ¿Es que
las mujeres, en el presente, viven en medio de una hostilidad sistemática con
los hombres; será cierto que el espacio del hogar se ha tornado en el lugar más
inseguro para las mujeres? ¿Es que el hombre/ Estado realmente
asegura la
propiedad sobre el cuerpo de la mujer por medio de la manutención y el sexo?
¿Es ahí, acaso, donde reside el “valer” de la mujer? (Favor de informarnos para
saber si la mujer dispone de albedrío).
Así las cosas, si el
hombre/Estado es el dueño del cuerpo de la mujer, podemos concluir que el
autoritarismo patriarcal propicia el llamado “crimen pasional”, y que si la
mujer no se deja explotar sexualmente por su cónyuge o su
“dueño”, o su protector del cual depende económicamente, y con el cual debe
acabar en la cama para tener un “valer” como
mujer, corre el riesgo de ser víctima de un “crimen pasional”.
…”crimen pasional”,
“crimen pasional”, “crimen pasional”… ¿Es esta la definición social que se le
otorga a la conclusión violenta del padrinazgo, cuando el padrinazgo pierde su
eficacia, su dominio, sobre ese sujeto débil, sojuzgado que es su amante, su
hembra, su mujer o cosa, a la cual no le reconoce intelecto?
Entonces ¿qué somos las
mujeres para el hombre/Estado patriarcal?-Una cosa deseada y sexuada, sin
devenir, que
sólo existimos por el mito de Eva, que desde entonces el mundo
occidental, donde surge el Estado moderno, relativiza
en la maniobra “amante/amada”.
“Amante/amada”… ¡Qué
imaginación para construir la autoridad y la jerarquía sobre ese eventual
“sujeto” llamado mujer, que quiere derechos y que no desea que se le mate por
“amor”!
“Amante/amada”… ¡Qué
status, qué identidad vinculada, además, a la procreación, al modelo impuesto
de mujer desde el eurocentrismo! ¡Qué manera de contextualizar de forma
expresiva ese símbolo de mediación en las relaciones entre los sexos!
De esta manera, las
mujeres-cosas, dentro del hombre/Estado patriarcal, siguen siendo herederas de
esta imagen creada, normalizada, aceptada, y re-valorizada, constantemente, por
un ejército mediático de controladores del vacío en el cual vivimos,
agonizantemente en esta sociedad que viene gestando su propia autodestrucción;
una autodestrucción que no le importa al sistema político, que se ha
constituido en un costoso aparato de represión, en un espectáculo de notoriedad
absurda del y desde el poder.
Vivimos en un metateatro
donde el feminismo militante y las antifeminstas no son audaces para
des-construir ese “pensar” del “opresor” donde el “amor” para ellos se da a
plazos, se cumple a plazos y se cobra a plazos; siendo el último plazo la vida
de la mujer, como “amor”, quizás liberador.
¿Entonces: el “amor
liberador” que ofrece el hombre desde su óptica de “amante/amada” es
la muerte? ¿Por eso las matan, por eso se suicidan luego ellos?-No lo sé; pero
entre las exigencias de “amante/amada” está el uso exclusivo del cuerpo, que “alimenta”
la razón de la posesión, de la falsedad-aparente de
que la mujer es cuerpo y no intelecto.
…Estos son los mundos
contrapuestos del egoísmo humano; la práctica universalmente aceptada de ser
“amante/amada”; una realidad que a regañadientes no
queremos ver, y que es la razón de la crisis para construir la identidad del
sujeto mujer.
Ese es el código de la
sexualidad que hay que modificar ¿podremos? Sin embargo, debemos
entender que la identidad del sujeto mujer no se construye sólo a través de
leyes, ya que nos hemos engañados creyéndonos
vengativas (aplicando sentencias condenatorias, haciendo justicia por nuestras
propias manos, castrando, etc.), siendo crueles con ellos, separándonos… o
jugando con ellos al poder y al peligro de la dependencia económica.
…Entonces, otra vez, nos
preguntamos: ¿Es esta la evidencia que necesitamos para entender la violencia
de género; es esta la evidencia que el hombre/Estado patriarcal, los feministas
y antifeministas no pueden descubrir, y nos mantienen constantemente
ante el dilema de la intolerancia?
Las leyes muchas veces
fracasan y se malogran. La ley 24-97 es una ley fracasada y malograda; no podía
tener avances progresivos porque lo que ofertaba era dolor y venganza, dolor y
venganza desde el hombre/Estado patriarcal, aupando los sentimientos de desafío
de la mujer hacia sus opuestos.
No fue esta ley una
“liberación” nacida con suspicacia ni una espléndida cofradía entre
congresistas de ambos sexos; fue la causa mayor del estallido de un drama, un
drama letal, social –que se guardaba en silencio en los hogares de manera
lúdica- que no se “veía”, que no era “público”… un drama que se ha convertido
en un espectáculo dantesco: ¡mujeres asesinadas como gallinas!; mujeres de la
marginalidad y otras, no tanto de la marginalidad, sacrificadas por una ¡bendita! ley, también
egoísta, agresiva y
represiva.
Una ley incorporada a una
sociedad víctima de sí misma, de su olor a la indiferencia, que se cree la
farsa del progreso, que no sabe cómo protegerse a sí misma de las mentiras del
poder; una sociedad que no tiene igualdad de oportunidades, que no sabe
escuchar, que no reconoce la importancia de cada estación de año ni de cada
estación de la vida, ni la importancia de vivir la vida a plenitud; una
sociedad que se abandona a ser prostituida por los políticos, que se enriquecen libertinamente…en
fin, una sociedad sin alma!
¿Puede, acaso, una
sociedad sin alma como ésta, evidenciar sus intimidades, desnudarse sin hacerse
daño a sí misma? –La respuesta es un rotundo ¡Noooo…!
Las leyes no se
conquistan, las leyes no se imponen… las leyes se construyen con el tiempo,
cuando las sociedades llegan, por madurez, a un nivel de comprensión pacífica
de su convivencia; cuando los matices de la realidad o la complejidad de su
acontecer requiere un destino de buena suerte y voluntad colectiva.
La ley 24-97
ha traído a nuestra sociedad, y a la mujer, un destino de sordidez, un destino triste, de
ahondamiento implacable de las luchas de los y entre los
opuestos. Desesperadas las feministas del sistema y,
unas que otras políticas partidistas, por salir del anonimato de la autoría,
nos han dado a las mujeres una “identidad”… una identidad que no es de ficción:
las mujeres somos una cosa, un cuerpo. (Este es mi discurso disidente).
Esa ley nos ha lanzado a
la tragedia colectiva y a la orfandad, porque el hombre/Estado patriarcal ve
que esa “conquista” se muere muriendo la mujer, y no hace nada. Estamos frente
a una sociedad que está alienada ante el dolor, porque esa ley hizo de la mujer
un objeto abyecto, que no va más allá de su existencia individual: la
estigmatizó como
un objeto vulnerable, marginal, relegada, síntesis de los excesos del poder
masculino; no inocente del autoritarismo.
Esta ley no cuestionó las
variables y las cuestiones debatibles que su implementación traería a nuestra
sociedad. Las “creadoras” de esta ley creyeron que hablaban por todos y
todas, pero se situaron al margen de la
sociedad, una sociedad patas arriba que no tenía intérpretes confiables.
La ley 24-97 es una
arbitrariedad del sistema; una ley patriarcal maloliente,
cuyo certificado de identidad, hoy por hoy, es el incremento de la violencia
contra la mujer y miles de actas de defunción, por la imprudente socialización
(como dicen las feministas onegetistas)
de esta ley, altamente protagonista de un delito: la nimiedad.
Nimiedad en el sentido de
excesivo. Han tenido ojos de nimiedad los que piensan que se puede conducir a
una sociedad a transitar el camino del cambio de su conducta a través de la
imposición de leyes y la arbitrariedad desde el Estado; nimiedad, también, porque
la ley desbordó el control del Estado y las múltiples violaciones registradas a
su normativa.
Mientras la “mujer” sólo
exista en los márgenes de un texto/ley entendida como objeto, como
“amante/amada”, no como intelecto, todo lo que se diga en y desde el
hombre/Estado patriarcal no dejará de ser superfluo.
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