28 septiembre 2011

¿Qué es la mujer: cuerpo o intelecto?



Por
Ylonka Nacidit-Perdomo

Las feministas del sistema se  han constituido en una interferencia en las relaciones de poder entre el  hombre y la mujer; su afán de lucro  las ha conducido a convertir esa relación sólo en una representación de opresión; le han asignado esta única perspectiva, sin aludir a otras epistemologías que deben ser estudiadas, enfocándose de manera reduccionista a  lo culturalmente influyente.

En un siglo de los llamados “avances” de la mujer, se ha creado un status legal para la mujer, un status de posibles identidades, un status imaginario desde el adoctrinamiento patriarcal; nuestros códigos, paradigmáticamente, no traen consigo una transgresión a las posibles nuevas vías de comunicación/convivencia  en la vida cotidiana de los “opuestos”, es decir, del hombre y la mujer, ya que han sido construidos desde el espacio público masculino (Parlamento, Cámaras Legislativas,  Estado,  iglesias,  etc.).

El sujeto femenino  que se adhiere  al feminismo radical o del sistema a través de la llamada “solidaridad” femenina (enarbolada por intelectuales, académicas, políticas tradicionales, onegetistas, etc.), ha querido “usurparle” al sujeto masculino (al hombre) la autoría de las leyes, el poder de coerción realizada por él, para ellos y ellas (en especial, para los que no pueden liberarse de la sumisión, de la humillación, de la dolorosa ausencia de dignidad).

Los legisladores son los “interlocutores” del pretexto de la igualdad; son los destinatarios/”escuchas” de ese papel de equidad que las mujeres “desean”, “demandan” jugar en medio de una interlocución imaginaria. ¿Por qué imaginaria? Porque las mujeres en el sistema patriarcal, en que viven o sobreviven, no tienen autoridad real  sobre su vida ni sobre sus obras; viven en una nubosidad inviable de “igualdad” de derechos humanos, combatiendo (siempre, aparentemente,  estamos haciendo la “guerra”) las contradicciones del discurso, del signo asignado como sujeto, que solo tiene afiliación con el hombre a través del mito de Eva.

Esa nubosidad inviable de no entendernos, ni unos ni otros, es lo que ha hecho sofocante al mundo; porque las mujeres no pueden continuar su estrategia de liberación/lucha, de reconocimiento de sujeto sólo destacando  la binariedad oposicional  hombre/mujer. La feminidad no es una metáfora, ni un sintagma excluyente de la propia naturaleza biológica, ni puede ser la pauta para la referencialidad de los derechos humanos negados.

Las feministas del sistema presumen, todo el tiempo, de la exclusión (palabra preferida por ellas); pero no dicen que presumen de la exclusión de sí mismas cuando dejan que se construyan –desde el Estado- visiones desvitalizadas sobre la violencia de género.
¿Cuáles son los atributos del sujeto denominado “mujer”: cuerpo o intelecto? He aquí, una oposición ¿binaria? para las amantes  de las diferencias. Si es cuerpo, biológicamente,  a qué está asociado  lo femenino, a cuáles artificios de representación “natural”; quién se apropia de ella, quién la somete, quién la clausura, quién le impide su acción, quién la oprime?

Si es cuerpo:  ¿Hay alguna política  liberadora promovida  desde el Estado o las onegetistas  que destruya, para siempre,  ese discurso, esa memoria, esa subjetividad terrenal, de que la mujer es un objeto de deseo? Pero, si lo que vemos, escuchamos, sentimos diariamente, a través de un ejército de campaña  de los aparatos ideológicos del Estado (con un matiz creciente de incomprensión de la violencia de género  y desde los espacios de manipulación que crea el capitalismo de consumo), es un objeto al cual le “otorgan”  figuraciones sociales, engarzadas a las desmemorias elaboradas por la tradición patriarcal.

¿Cómo destruir esa percepción de que la mujer no es cuerpo? ¿A través de la modificación de códigos de conducta, creando un nuevo espíritu de entendimiento hombre/mujer; desarraigando las ideas de la organización política  que es el Estado patriarcal, todas unidas, derribando los espacios públicos desde los cuales se mediatiza el cuerpo de la mujer?

Pregunto: ¿Cuál debe ser el quehacer, entonces, de aquellas que no tienen voz para oponerse a la apropiación,  disminución y destrucción de su cuerpo; aquellas que son víctimas de  un  Estado indolente, indiferente, desilusionador, que no articula acción alguna para re-estructurarse como un Estado social de derecho?

Nos dirán ahora, que si hemos olvidado que éste, es un Estado patriarcal, y lo aceptamos. Este es un Estado patriarcal donde las mujeres son poblaciones de cosas, “res”,  en condiciones de vida infrahumana o ¿no es infrahumana la tortura diaria de leer que una mujer fue asesinada a tiros,  quemada,  degollada o muerta a martillazos, palos,  puñaladas,  estrangulada, etc., por falta de medidas de protección y prevención del Estado?

Por Dios! ¿Qué Estado patriarcal tenemos donde  aún bajo su autoritarismo la mujer no tiene derecho alguno de protección sobre su cuerpo, y encima tenemos que seguir escuchando desde todas las esferas discursos emocionales?

Nos preguntamos: ¿Es que las mujeres, en el presente, viven en medio de una hostilidad sistemática con los hombres; será cierto que el espacio del hogar se ha tornado en el lugar más inseguro para las mujeres? ¿Es que el hombre/ Estado  realmente asegura  la propiedad sobre el cuerpo de la mujer por medio de la manutención y el sexo? ¿Es ahí, acaso, donde reside el “valer” de la mujer? (Favor de informarnos para saber si la mujer dispone de albedrío).

Así las cosas, si el hombre/Estado es el dueño del cuerpo de la mujer, podemos concluir que el autoritarismo patriarcal propicia el llamado “crimen pasional”, y que si la mujer no se deja explotar sexualmente por su cónyuge  o su “dueño”, o su protector del cual depende económicamente, y con el cual debe acabar en la cama para tener un “valer”  como mujer, corre el riesgo de ser víctima de un “crimen pasional”.
…”crimen pasional”, “crimen pasional”, “crimen pasional”… ¿Es esta la definición social que se le otorga a la conclusión violenta del padrinazgo, cuando el padrinazgo pierde su eficacia, su dominio, sobre ese sujeto débil, sojuzgado que es su amante, su hembra, su mujer o cosa, a la cual no le reconoce intelecto?

Entonces ¿qué somos las mujeres para el hombre/Estado patriarcal?-Una cosa deseada y sexuada, sin devenir,  que sólo existimos  por el mito de Eva, que desde entonces  el mundo occidental, donde surge el Estado  moderno,  relativiza en la maniobra “amante/amada”.

“Amante/amada”… ¡Qué imaginación para construir la autoridad y la jerarquía sobre ese eventual “sujeto” llamado mujer, que quiere derechos y que no desea que se le mate por “amor”!

“Amante/amada”…  ¡Qué status, qué identidad vinculada, además, a la procreación, al modelo impuesto de mujer desde el eurocentrismo! ¡Qué manera de contextualizar de forma expresiva ese símbolo de mediación en las relaciones entre los sexos!

De esta manera, las mujeres-cosas, dentro del hombre/Estado patriarcal, siguen siendo herederas de esta imagen creada, normalizada, aceptada, y re-valorizada, constantemente,  por un ejército mediático de controladores del vacío en el cual vivimos, agonizantemente en esta sociedad que viene gestando su propia autodestrucción; una autodestrucción que no le importa al sistema político, que se ha constituido en un costoso aparato de represión, en un espectáculo de notoriedad absurda del y desde el poder.

Vivimos en un metateatro donde el feminismo militante y las antifeminstas no son audaces para des-construir ese “pensar” del “opresor” donde el “amor” para ellos se da a plazos, se cumple a plazos y se cobra a plazos; siendo el último plazo la vida de la mujer, como “amor”, quizás liberador.

¿Entonces: el “amor liberador” que  ofrece el hombre desde su óptica de “amante/amada” es la muerte? ¿Por eso las matan, por eso se suicidan luego ellos?-No lo sé; pero entre las exigencias de “amante/amada”  está el uso exclusivo del cuerpo, que “alimenta” la razón de la posesión, de la falsedad-aparente  de que la mujer es cuerpo y no intelecto.

…Estos son los mundos contrapuestos del egoísmo humano; la práctica universalmente aceptada de ser “amante/amada”; una realidad que a regañadientes  no queremos ver, y que es la razón de la crisis para construir la identidad del sujeto mujer.

Ese es el código de la sexualidad que hay que modificar ¿podremos? Sin embargo,  debemos entender que la identidad del sujeto mujer no se construye sólo a través de leyes, ya que nos hemos engañados  creyéndonos vengativas (aplicando sentencias condenatorias, haciendo justicia por nuestras propias manos, castrando, etc.), siendo crueles con ellos, separándonos… o jugando con ellos al poder y al peligro de la dependencia económica.

…Entonces, otra vez, nos preguntamos: ¿Es esta la evidencia que necesitamos para entender la violencia de género; es esta la evidencia que el hombre/Estado patriarcal, los feministas y antifeministas  no pueden descubrir, y nos mantienen constantemente ante el dilema de la intolerancia?

Las leyes muchas veces fracasan y se malogran. La ley 24-97 es una ley fracasada y malograda; no podía tener avances progresivos porque lo que ofertaba era dolor y venganza, dolor y venganza desde el hombre/Estado patriarcal, aupando los sentimientos de desafío de la mujer hacia sus opuestos.

No fue esta ley una “liberación” nacida con suspicacia ni una espléndida cofradía entre congresistas de ambos sexos; fue la causa mayor del estallido de un drama, un drama letal, social –que se guardaba en silencio en los hogares de manera lúdica- que no se “veía”, que no era “público”… un drama que se ha convertido en un espectáculo dantesco: ¡mujeres asesinadas como gallinas!; mujeres de la marginalidad y otras, no tanto de la marginalidad, sacrificadas por una ¡bendita!  ley,  también egoísta,  agresiva y represiva.

Una ley incorporada a una sociedad víctima de sí misma, de su olor a la indiferencia, que se cree la farsa del progreso, que no sabe cómo protegerse a sí misma de las mentiras del poder; una sociedad que no tiene igualdad de oportunidades, que no sabe escuchar, que no reconoce la importancia de cada estación de año  ni de cada estación de la vida, ni la importancia de vivir la vida a plenitud; una sociedad que se abandona a ser prostituida por los políticos, que se enriquecen  libertinamente…en fin, una sociedad sin alma!

¿Puede, acaso, una sociedad sin alma como ésta, evidenciar sus intimidades, desnudarse sin hacerse daño a sí misma? –La respuesta es un rotundo ¡Noooo…!

Las leyes no se conquistan, las leyes no se imponen… las leyes se construyen con el tiempo, cuando las sociedades llegan, por madurez, a un nivel de comprensión pacífica de su convivencia; cuando los matices de la realidad o la complejidad de su acontecer requiere un destino de buena suerte y voluntad colectiva.

La  ley 24-97 ha traído a nuestra sociedad, y  a la mujer,  un destino de sordidez, un destino triste, de ahondamiento implacable de las luchas de los y entre los opuestos. Desesperadas  las feministas del sistema  y, unas que otras políticas partidistas, por salir del anonimato de la autoría, nos han dado a las mujeres una “identidad”… una identidad que no es de ficción: las mujeres somos una cosa, un cuerpo. (Este es mi discurso disidente).

Esa ley nos ha lanzado a la tragedia colectiva y  a la orfandad, porque el hombre/Estado patriarcal ve que esa “conquista” se muere muriendo la mujer, y no hace nada. Estamos frente a una sociedad que está alienada ante el dolor, porque esa ley hizo de la mujer un objeto abyecto, que no va más allá de su existencia individual: la estigmatizó  como un objeto vulnerable, marginal, relegada, síntesis de los excesos del poder masculino; no inocente del autoritarismo.

Esta ley no cuestionó las variables y las cuestiones debatibles que su implementación traería a nuestra sociedad. Las “creadoras” de esta ley creyeron que hablaban por todos y todas, pero se situaron al margen  de la sociedad, una sociedad patas arriba que no tenía intérpretes confiables.

La ley 24-97 es una arbitrariedad del sistema; una ley patriarcal  maloliente, cuyo certificado de identidad, hoy por hoy, es el incremento de la violencia contra la mujer y miles de actas de defunción, por la imprudente socialización (como dicen las feministas onegetistas) de esta ley, altamente protagonista de un delito: la nimiedad.

Nimiedad en el sentido de excesivo. Han tenido ojos de nimiedad los que piensan que se puede conducir a una sociedad a transitar el camino del cambio de su conducta a través de la imposición de leyes y la arbitrariedad desde el Estado; nimiedad, también, porque la ley desbordó el control del Estado y las múltiples violaciones registradas a su normativa.

Mientras la “mujer” sólo exista en los márgenes de un texto/ley entendida como objeto, como “amante/amada”, no como intelecto, todo lo que se diga en y desde el hombre/Estado patriarcal no dejará de ser superfluo.

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