09 julio 2009

Papagayo, un invento gringo

Por : Abraham Méndez Vargas.

Después de una exhaustiva investigación sobre el origen de la palabra tocoroi, vocablo que no sólo ha servido como construcción poética a poetas de la talla de Félix María Delmonte en su poema “El banilejo y la jibarita, así como del quilate poético de José Joaquín Pérez en su canto a “Vanahí, la hija del Yareyal” que aparece en su colección indígena, y en una obra en versos publicada en Cuba por el intelectual Santiagués Manuel de Jesús Peña y Reynoso, el profesor Walter Cordero no sólo descubre que la mencionada ave tropical : tocoroi, tocoloro, tocororo que ha servido de inspiración poética se refieren a los nombres vulgares del trogón cubano (Priotelus termunurus), existente en el Caribe en Cuba y en Santo Domingo, aunque también en Méjico, Costa Rica, Venezuela, etc., sino que el nombre común con que ha sido identificada en nuestra habla popular ha sido con el de piragua, y no como hace figurar en el año 1931 Alexander Etmore y en el año 1937 James Bond, el primero en su obra en colaboración con Bradshaw Swales THE BIRDS OF HAITÍ, que según el profesor Cordero es “el trabajo más erudito y completo sobre nuestra avifauna hasta la actualidad”.

Nos cuenta el profesor Cordero que “En su libro, Wetmore encabezó la sección dedicada al estudio del Trogón identificándolo con tres nombres vulgares en español presentados en el siguiente orden : piragua, papagayo y cotorrita de sierra. Luego mezcló en una oración ambigua la información que dio Sallé con su versión particular : “El (-Salle) dice que los nativos les llaman piragua, aunque hoy son usualmente conocidos en español como papagayo”.

Igualmente, “En 1937 –nos sigue anotando el profesor Walter Cordero-, “cuando James Bond publicó “Birds of the West Indies”, eliminó de la lista la voz piragua y optó por referirse al Trogón preferentemente como papagayo”.

Es así como llegamos a la conclusión de que eso de llamarle papagayo al Trogón o piragua, es un invento gringo, habiendo durado durante varias décadas, debido a la barrera idiomática que le imponía el inglés, ya que los libros de tale autores nunca se tradujeron al español.

Sin embargo, el profesor Cordero no se queda ahí, sino que con tal descubrimientos desembocó, sin proponérselo inicialmente, en la misma temática que ha abordado en escritos anteriores : la vulnerabilidad de lo dominicano frente a la influencia cultural

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extranjera, y pone, entre otros, dos ejemplos más y es que especies de aves conocidos como el alcatraz y la tijera, ahora llamadas pelícanos y fragua, en una burda traducción de sus nombres en inglés.

“De hecho –nos asegura el profesor Cordero,- dicha injerencia intelectual ha patrocinado un cambio de orientación cultural en la percepción de la avifauna local, que implica el dominio indiscutido del conocimiento científico sobre el saber común, de lo escritos obre lo oral, y de la ciudad sobre el campo”.

“Con miras a remediar tan lastimosa situación”, el brillante investigador dominicano, propone “a las personas e instituciones preocupadas en la preservación del patrimonio cultural intangible del país, promover la realización de estudios exhaustivos sobre este y otros temas que tiendan a consolidar los valores más representativos de la identidad nacional. Solo de esa manera podremos sortear positivamente el dilema que nos presenta la necesidad de aprovechar los aspectos positivos del influjo externo sin convalidar miméticamente las interpretaciones e imposiciones disociadas de nuestras expresiones culturales tradicionales”.

Desde luego, después de leer tan enjundioso ensayo histórico-cultural, no sólo aprendemos a identificar con su verdadero nombre al “Tocororo, ave pseudo trepadora, que generalmente se posa con el cuerpo vertical, encogido el cuello y la cola inclinada hacia delante, sino que también el autor nos pone ante la inaceptable realidad de la vulnerabilidad de lo dominicano frente a la influencia cultural extranjera, en este caso, de la cultura gringa, al tiempo que propone un proyecto viable a las personas e instituciones que se preocupan por la preservación del patrimonio cultural intangible de la República.

Es decir, que a partir de la lectura de el poema “El banilejo y la jibarita, de Felix María Delmonte, que dice

“Verás en una ladera
don propietario soy,
el informe tocoroi
y la linda barranquerita”.

El alma inquieta de este investigador y forjador de nuevas conciencias juveniles en el país que es Walter Cordero, pasa a la poesía de José Joaquín Pérez, el autor de Fantasías Indígenas , específicamente a aquella parte del canto “Vanahí, la hija del Yareyal”, que dice:

Allí, do tienen ocultos nidos
La barranquera i el tocoroi;
Do, entre silvestres nocturnas flores
De los cocuyos riela el fulgor.

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Pasa al El Tocoloro, de Manuel de Jesús Peña y Reynoso, donde el canto a la naturaleza es una forma de defender la soberanía y la dominicanidad, nos dice lo siguiente :

¿Por qué siempre te ocultas
entre la selva umbría
dando al aire tu acento
de dulzura infinita?
¿No temes la intemperie
ni el ave de rapiña,
ni a las traidoras redes,
ni a la escopeta impía?
Allá en nuestras ciudades
El ruiseñor habita,
Y trueca sus canciones
Por más gozosa vida.
Aprende a ser más dcil
Orgullosa evacilla,
Huye tantos peligros
Y al ruiseñor imita.
Al bello tocoloro
Así le dije un día,
Y respondióme al lpunto
Con humildad altiva :
Prefiero mis peligros
A la jaula más rica;
Y a los alegres cantos
Del ave que me citas,
Mis lúgubres acentos
En libertad querida

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