22 abril 2009

LA FIESTA DEL DOLOR


POR. ABRAHAN MENDEZ VARGAS

Ciertamente, don Emil Segundo le contó que a la fiesta del yanqui que vino de guardafrontera poco después de la revolución del mil novecientos doce, fueron invitados los cactus más jóvenes y distinguidos de la flor y nata de la común de Santa Cruz de Las Uvas. Contrario a otras personalidades, el general Playa Segundo no fue invitado con mucho tiempo de antelación, sino que fue invitado al fandango a última hora. Y nadie entonces pensó que aquella chercha de despedida, iba a convertirse en una pesadilla de nunca acabar. La casa del general Playa Segundo era de las mejores de entonces, con varias habitaciones amplias, bien ventiladas, divididas por la ancha sala, seguida de la antesala, más el anexo de dos cuartos de huéspedes y otros dos de depósitos...; más el comedor de la amplia terraza y la cómoda cocina, ceñía la larga galería ocupando todo el frente de la alta casona, cobijada de pencas de palma real. Allí se hospedaban las personalidades más conspicuas que venían a conocer el pueblito de sol y polvo de don Tomás Bobadillas I Briones. Por toda la galería pendían del techo grandes pailones de orejas sostenidas por cadenas de perros, y a toda hora había allí comidas sirviéndose tanto para los viandantes que se hospedaban gratuitamente, como para los propios nativos, o seguidores del general Playa. De suerte que ese viernes último de enero de mil novecientos veinticinco, los enemigos soterrados del general Playa, lo invitaron con una intención tan negra que se podía pescar en el mar de noche de una emoción también negrísima.
Fue en el Club Lirio Silvestre. Mister Norgth siempre distinguió al general Playa, incluso cuando arribó a la tierra de Manuel de la Candelaria , estuvo hospedado en la casona aquélla. Era un yanqui alto, blanco caucásico, cual gallo japón, de ojos vivaces. Se comportaba como si la vida fuese un paraíso sin pecados concebidos, con calles de oro y ríos de leche. Caminaba mirando al cielo de nubes de piedras y nadie sabía por qué no tropezaba y partíase los dientazos, amarillitos. Caminaba observando el caballete altísimo de las contadas casas de entonces. Ya sentado bajo el palo de sombra de un patio cualquiera, con una risita de niño travieso y hurón, permanecía con la vista medio alzada, a menos que alguien no tuviera hablándole... La buena suerte siempre lo acompañó; se interesaba por la vida de los otros, con tiempo más que suficiente para oír las querellas por las que han pasado y habrán de pasar todos los buenos hijos de Dios en estas tierras de poetas, vivía alimentando el yo-niño de los demás al tiempo que nunca daba su parecer personal respecto de ninguna cosa, aunque se lo requiriesen. Era, en fin, un culebrón en persona.
En cambio, el general Playa era un cocodrilo de hombre, sabía que su mayor defecto era su gran sinceridad, su confianza excesiva en los demás y el amor que profesaba por su pueblo y sus gentes de trabajo, creyendo que los otros eran como él, toda buena fe. Que ingenuo era el general Playa. Un día, de tardecita, mientras alistaba sus gallos de raza; y la señora Ramírez, su mujer, -de esas Mamá del general Ramírez en Cebollines, de las mismas gentes del Senador Ramírez, que tan solidario fue con Emil Segundo durante los injustos días de detención en el cuartel policial de Santa Cruz de las Uvas, Fallé les brindaba repetidas tazas de café de pilón y bien caliente, mister Norgth penetró en el bosque reverdecido de aquella alma de Dios. Desde entonces, como era de esperarse, Norgth no volvió a visitar la casa del general Segundo y muchas veces éste buen uvero veía al soro yanqui de chupa tú y déjame el cabo con los enemigos políticos que le tendieron el lazo y lo hicieron fracasar.
En verdad, Playa Segundo, el hijo del fenecido venezolano don Lucas Segundo y Ana Love, no sólo había conseguido el apoyo de sus correligionarios para que el líder de los bolos, entonces Presidente de la República , don Juan Isidro Jiménez, decretara la parte norte y este, así como Las Barbacoas del Xaragua y demás hatos aledaños, como terrenos agrícolas. Algo similar pidieron concomitantemente los habitantes de la Sierra del Bahoruco, tierra génesis de nuestra florística. Y los criaderos de animales pasaron a regirse como terrenos agrícolas. Entre los ganaderos se impuso entonces la cerrada cerca de madera o de alambres de púas. Inmediatamente, en Santa Cruz de las Uvas don Nicolás costeó con dinero de su propio peculio el primer canal de riego, desde El Cachón Grande hasta Cachoevaca. Y don Berto, hermano de padre y madre de Armand Pierrot, el indiscutible introductor del verso modernista en la literatura dominicana y el más grande Poeta del Amor en su tiempo según dijera el propio Fabio Fiallo en la revista “L” editada en su honor, luego de haber sido suprimida por el Gobierno americano pues se llamaba Letras y había publicado una fotografía de Cayo Claudio siendo torturado, ¿no?, bajó la primera regola desde el río La Manguita hasta El Mesetal, desde allí sacó a su vez un brazo de agua don Eusebio Vargas hasta El Mesetal; sabido es que don Eusebio vendió ese conuco con su servidumbre a don Arturo; y don Barón, hijo de Donero, desde allí sacó otra regola hasta el rancherío de Los Maquensecos, que vivían junto a los “tisiá”, o Carmona. El caso es que, a parte de La Poza de “los guzmanes”, a parte de las norias de Cachoevaca, que son temporales, y de los caños del río Clemente, y Las Barías de Santa Cruz de Las Uvas, éste carecía de agua para la agricultura, y el general Playa nos sacó a todos a camino como un buen Moisés desquiciado por haber golpeado con ira la piedra... También pensaba ascender a las más altas esferas del Gobierno, para recobrar el casco urbano, que ocupaba en forma diseminada los terrenos más fértiles, y reconstruir el pueblo, antes de que fuera demasiado tarde, allá en Las Piedras del El Mesetal, en donde se hallan los áridos terrenos de piedras, baldíos, imposibles de irrigar entonces, inclusive durante las crecientes del río Clemente... y que al final de los tiempos fueron una especie de uva agroindustrial en tiempos de La Colonia de húngaros que sentaron la mala costumbre de comerse los burros del patio, cuando en Santa Cruz de Las Uvas tiene su esperanza en la mata de plátano y las gentes tiene un dulce amor que es agrio en la cáscaras de los chupones de parras de la vid.
El día menos pensado, Mister Norgth logró penetrar en el bosque reverdecido de la sufrida alma del general Playa Segundo. Después de ese logro, éste no volvió a ser visitado por aquel soro yanqui. La misma señora Ramírez, con esa intuición pecadora de las cebollineras, pidió al general Playa que no atendiese esa invitación de último minuto. Había soñado, el jueves a amanecer viernes, algo fatal. Soñé -le confesó la mujer de su marido”- soñé con un sancocho de siete tajos; tú me preguntaste Playa, mirando al gentío que llenaba la casa, que cuántas clases de carne tenía el sancocho, y yo, yo te contesté que seis, porque la séptima era de culebra, y estaba en el monte. Además, mira Playa, la mesa llena de hormigas haciendo círculos. No vayas, ¿no? Pero qué va. Un hombre cuya única religión eran los gallos desde que nació, un hombre que echaba en la paila los huevos puestos los días martes, miércoles y viernes porque no ganan pleitos en las galleras, de la misma manera que los pollos sacados en viernes santos cambian la pluma todos los años del mundo, y que, así como una gallina o una mujer nacida martes vive volando por los cogollitos de los árboles, sabía que el destino del hombre es inexorable y ciego, mirando el futuro como una vieja ciega que sobrevive comiéndose sus propios mojones al tiempo que pasa desnuda todos los días y las noches a la vera de una batea con agua, para que a la hora de la muerte no se la quieran llevar ni Dios ni el Diablo; era de esperarse que desoyera la voz de su mujer, sintió como un deber mayúsculo ponerse por encima de las diferencias y asistir a la despedida de mister Norgth, y aun hay que madurar para mirarnos con amor frente al fruto verde del espejo...
El Club Lirio Silvestre era el único centro de compenetración social que existía entonces en Santa Cruz de Las Uvas, a parte de las galleras. Las luminarias, de noche, lo aluzaban todo. Ese nefasto día, la algarabía del pueblo, en chercha, bailando y cantando coplas de amor, recitando décimas de desamor, satíricas otras, hizo que el general Playa Segundo arrebatara la palma a mister Norgth. (Fragmento).

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