Por Virgilio
López Azuán
Las
explicaciones del mundo, y la búsqueda de las verdades que en él se encuentran,
son tan numerosas como diversas. Hay en el camino de esa búsqueda, tantos
encuentros como desencuentros; hay espacios para las convergencias y las
divergencias. Las razones para explicar los fenómenos de la naturaleza en su
excelsa infinitud han encontrado a lo largo de la historia del género humano el
caos y el orden, lo sublime y lo siniestro.
Los
pitagóricos veían al mundo por medio de las matemáticas. Con sus fórmulas trataban
de buscar las explicaciones que dieran respuestas a todo. En cierta medida,
fundaron una ética por medio de sus planteamientos e investigaciones. Las
matemáticas fundamentaron sus ideas, y de cierta manera, sus conclusiones
fascinaron a muchos de sus adeptos de ayer y de hoy.
Religiosos y
místicos explican al mundo por medio de los dioses, dejando las razones por los
actos de fe. Ellos han ido más allá, explican la vida y también la muerte con
sus argumentos, basados en sabidurías legadas de la cultura general y
particular de los pueblos. Auscultan misterios y develaciones de los mismos
para auto explicar de forma reflexiva su origen, esencia y fin.
Los ateos
plantean su visión excluyendo a los dioses. Ninguna deidad omnisapiente y
omnipresente sobrevive a sus razones, es más, además de no sobrevivir, esos
dioses son negados de existencia. Para ello surgieron importantes escuelas
filosóficas, como es el caso del existencialismo, que en algunos casos no
negaron la existencia, sino que en su mirada Dios habría muerto, ante la
impronta del concepto de existencia, definida principalmente a finales del
siglo XIX y principios del siglo XX.
Los
científicos hacen ingentes esfuerzos para explicarlo todo. Con el apoyo de los
métodos de ciencias y tecnologías, en los últimos dos siglos, han logrado
avances inimaginables en centurias pasadas. La búsqueda de la verdad y la
solución a los problemas humanos registran en los tiempos actuales una pasmosa
velocidad, sin escapar de la generación de forma exponencial de nuevas
verdades, de nuevos problemas, a los cuales también habrán de buscarles
soluciones.
Los artistas
encuentran la explicación del mundo por medio de la estética, crean sus mundos
ideales, sublimes y caóticos; recrean los paisajes externos y devuelven lo que
la imaginación ha fraguado en su interior.
Un químico
ve al mundo por medio de los átomos, moléculas, fórmulas... Lo orgánico y lo
inorgánico ocupan un campo de análisis en la búsqueda de verdades de grandes
magnitudes. En ese mismo sentido, los físicos intentan de describir energía y
materia, y los fenómenos naturales en sentido general, con exactitud y
veracidad.
Los músicos
definen al mundo en ese acoplamiento entre los sonidos y los tiempos, el
pentagrama y las claves; mientras que el botánico explica al mundo a través de
las plantas, todo se alza por los vasos conductores, por la fisiología vegetal
y la relación con toda la naturaleza.
Los
arquitectos ven el mundo por las formas, auscultan, comparan; deducen simetrías
inimaginables, retan los planos y se deslizan sobre rectas y curvas; sorprenden
con los ángulos y en la máxima idealización de las formas, son capaces de crear
sus propios minimalismos.
Grandes
filosofías han construido plataformas éticas para sostener sus argumentos, y
cada una de ellas, aunque en algunos aspectos coincidan, en la mayoría de sus
fundamentos difieren como resultado de la evolución de las culturas y los
pensamientos de los colectivos humanos.
Tan poderoso
es el fenómeno de las diferencias que, cuestiones como la variación del clima,
de un lugar a otro, ha permitido la construcción de pensamientos totalmente
diferenciados en los grupos. Tan compleja es la cuestión que una sola idea
enrumba a poblaciones por pensamientos determinados, que a la postre se
sostienen o se caen porque pierden o no tienen valores de verdad.
Las
filosofías, grandes y pequeñas, pueden manejar visiones cósmicas y
trascendentes. La máquina cerebral de producción de conocimientos se convierte
en una industria propagadora de sus verdades que tienen dobles o múltiples
caras, entre ellas las materiales y las espirituales.
Todas las
épocas irrumpen con sus propias filosofías, no importan sus conceptos, sus
formas, sus tendencias, sus éticas y sus comportamientos. Toda esencia envuelve
cierta filosofía. Para algunos entendidos en el asunto, sobre todas ellas,
evidenciada principalmente en la filosofía de la política, sus motivaciones
ancestrales es el poder. Hasta el mismo poder ha creado sus propias filosofías
para incidir en las visiones del mundo y las conductas de humanos.
Nunca como
hoy, las tecnologías acompañan a la mayor parte de los procesos y acciones
humanas. Corrientes de pensamientos, de mercados y de poder, las están
convirtiendo en indispensables para la sobrevivencia en el planeta.
La propagación
de la tecnología moderna, en todas sus vertientes también ha construido sus
propias filosofías, y le está cambiando la manera de pensar y de ser a todo
individuo y colectivos a escala planetaria. Las guerras de civilizaciones están
apoyadas por altas tecnologías, en la supremacía de conocimientos, en la
acumulación de poder y en el establecimiento de redes políticas que suelen ser
letales para el aniquilamiento y desaparición de sociedades completas.
La búsqueda
de la verdad siempre ha sido y será un problema de existencia, tanto material
como espiritual, y es tan compleja su dimensión, que hasta los métodos de
búsquedas antagonizan unos con otros. Profetas y mártires han ofrendado sus
vidas y han hecho prosperar y sucumbir naciones y civilizaciones, buscando o
mostrando los caminos de la verdad unas veces preconcebida, estereotipada,
materializada y hasta divinizada.
Las miradas
al mundo, desde cualquier dimensión, siempre tendrán la condición de
reduccionistas. No podrán explicar el todo fenomenológico. Es por ello que los
puntos antagónicos se convierten en razón creativa, la misma que conduce a otra
explicación de las cosas desde otra dimensión.
Azua de Compostela, 18 de octubre del 2016.
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