Por Virgilio
López Azuán
Uno
de los flagelos que acogota a la sociedad dominicana es la violencia. Y todos
abogamos, clamamos, para que pare. Para ello utilizamos todos los medios que
está a nuestro alcance. Las fuerzas coercitivas del estado han admitido en
varias ocasiones que el fenómeno las arropa, que no tienen los medios efectivos
para controlarla. Se han realizado desde los gobiernos diversos programas:
“Tolerancia cero”, “Barrio seguro”, “Vivir Tranquilo”, entre otros. Sin embargo, la violencia campea
por las casas, por las calles, por los pueblos, por los campos, por las
ciudades, y por todo el país.
La
raíz de la violencia humana hay que buscarla en los procesos de evolución de
los individuos, en su cultura, en el manejo de la tecnología, en la evolución
del pensamiento, del poder; en los afanes de gloria y de grandeza. Hay que
buscarla en las hegemonías subyugantes, en la pobreza material y espiritual. En
fin, en muchos lugares.
Quizá
no se pueda solo hablar de la raíz de la
violencia de manera singular, sino en las raíces porque son tantos los orígenes
que se pierden en la configuración de cualquier pensamiento, ya sea primitivo o
civilizado. Precisamente, la génesis de las civilizaciones tienen como
plataforma la violencia. Esta es una condición no solo sociocultural sino
también que yace en la memoria genética de los individuos. Esta vez no nos
referimos a la violencia animal, que en todas las especies del planeta está
presente, cada cual defendiendo sus espacios y zonas de poder. Nos referimos a
la violencia del individuo humano, el cual es capaz de trasgredir sus propios
intereses, gozarse con ella misma como si se viviera en el estadio más
primitivo de la convivencia.
El
estado de demencia individual y colectiva arrastrado por las bajas pasiones,
por las insatisfacciones, las desilusiones y la presión que infringe la post
modernidad, se manifiesta en cada segundo, en los actos más insospechados.
Los
nuevos manejos de las redes de información ha generado una nueva cultura que
podría estar incidiendo en el avance de los actos de violencia, en la
desintegración de los grupos familiares y otros núcleos sociales.
Ahora
solo queremos referirnos a la comunicación interactiva en los medios radiales. Todos
advertimos el auge de este tipo de actividad. Ya existen estaciones radiales
completamente interactivas, donde el locutor o locutores y los miembros de la
comunidad tratan todos los temas, las problemáticas sociales, políticas y
humanas de las individualidades y colectivos.
La
radio dominicana, tanto en la capital como en diversas provincias han
encontrado un medio de expresión, de comunicación de los problemas y
conflictos. Es como si fuera una válvula de escape y funcionara como descargas
de impotencia, rabia y disconformidad. Ha dado la oportunidad de que personas y
sectores que no tenían voz puedan levantarla y expresar sus ideas en favor y en
contra según el caso.
Hay
que agregar que si lo anteriormente expresado es importante y es un logro de
las luchas democráticas de los pueblos, también debe decirse que el discurso
oral ha bajado considerablemente el buen decir del idioma, ha incrementado la
violencia desde el micrófono y se ha utilizado como marco de manipulación de
las ideas a sectores que no tienen discursos estructurados.
Quizá
los más grave no sea lo que se ha expresado anteriormente, sino que muchos
comunicadores que hacen radio interactiva manejan muy mal el idioma y peor aún
no se preocupan por aprenderlo. El tono verbal es emitido con cargas de
manipulación ideológicas, ausente de éticas y vestido de violencia , lo que
impacta en los oyentes. Es común escuchar locutores de mucha trayectoria con
palabra soeces, maledicentes e iracundas cuando expresan sus ideas, creyendo
que esa es una forma muy buena de hacer prevalecer sus argumentos. En eso se
equivocan, el pueblo y sobre todo aquel que no ha tenido o se la ha negado la
oportunidad de la escolarización sabe cuándo un comunicador está utilizando
palabras que en el contexto lingüístico en que nos desenvolvemos no resultan “adecuadas”,
por decirlo de alguna manera.
Muchos
interactivos radiales deben hacer una profunda reflexión para que a través del
medio no se estimule la violencia y se puedan auspiciar espacios para crear y
consolidar nuevas éticas.
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