19 julio 2010

Relectura de la Novela Carnavá

Relectura de la  Novela Carnavá

Por:
Abraham Méndez Vargas




Al escritor José de Rosamantes.


Una nueva lectura de la novela Carnavá,  del poeta y narrador Ángel Atila Hernández Acosta, antes que todo, nos obliga a expresar nuestro acuerdo con el juicio crítico que en la puesta en circulación de esta obra literaria en la ciudad capital sentenciara el Freddy Prestol Castillo, el autor de la novela histórica Pablo Mamá, en el sentido de que  Hernández Acosta es un valor con calidad nacional, con categoría para ser mostrado fuera del país, y que la novela Carnavá es un logro como esencia poética. ¿Cuál es, entonces, además de ser un poema en prosa, la autenticidad histórica de  Carnavá, en relación con el hecho real que fue el general cimarrón Lucas Evangelista de Sena, alias Lucas Merongo, o Lucas Cajnavá?

En efecto, para comprender mejor la expresión de que la novela Carnavá, de Ángel Atila Hernández Acosta, es un logro como esencia poética,  es necesario, antes que todo, darle un vistazo a la figura histórica del general Lucas Evangelista de Sena dentro del contexto de la historia de Barahona, demarcación política a la cual pertenecía Neiba en ese entonces. Una relectura de la novela Carnavá obliga a replantear la historia del personaje casi en su totalidad.

El historiado y periodista Oscar López Reyes, en su obra Historia del Desarrollo de Barahona/ Narración e Interpretación (segunda edición), en el capítulo VIII, titulado Barahona Adquiere Categoría Social, nos enseña que “En 1902 el furor caudillista, que había desaparecido durante la tiranía de Lilís, resurgió con ímpetu al producirse un pronunciamiento militar (el primero del siglo XX) contra el presidente Juan Isidro Jimenes.

“El vicepresidente Horacio Vásquez, auspiciador del golpe de Estado, encabezó un gobierno provisional, sumiso a los Estados Unidos. Jimenes tomó el camino del exilio el día 2 de mayo; y sus partidarios, identificados como jimenistas o bolos, estructuraron un movimiento, sin lineamientos programáticos ni ideológicos definidos, para afrontar la acometida. Los adeptos de Vásquez, llamados horacistas o “coludos”, conformaron un bloque similar para preservar la presidencia de la República. Y se planteó el reto, con marcado matiz personalista” (obra citada, Pág. 98).

Respecto de Los Jimenistas Sublevados, como subtítulo del referido capitulo VIII, de la Historia del Desarrollo de Barahona, el historiador López Reyes lo resume, en síntesis, tal como sigue:

“Los jimenistas o bolos se levantaron en armas, con rapidez pasmosa, en distintas comunidades y poblaciones de Barahona. El general Matías Suero, jefe local de la sedición mantuvo en vilo, durante algunos meses, a las tropas gubernamentales del Batallón Osama, asestándoles bajas  golpes insignificantes.

“Los recursos del gobierno resultaron más poderosos que los de los revolucionarios. A los 8 meses, la revolución sucumbió en Barahona y otros lugares” (obra citada, Pág. 99).

“El ascenso de Wons y Gil, en 1903, -sigue diciendo el historiador barahonero,- planteó la posibilidad del retorno de la tiranía lisista. Los bolos (jimenistas) y coludos (horacistas) comprendieron esa perspectiva y, en consecuencia, concertaron alianza. A los 7 meses estalló una revolución, denominada “unionista”, que colocó en el poder al ex sacerdote Carlos Morales Languasco, quien tras juramentarse integró al gabinete a jimenistas y horacistas.

“La unidad, de tipo coyuntural, desapareció con los vestigios lilisistas, reapreció, pues, la lucha entre jimenistas y horacistas ubicándose Morales Languasco en las fijas de estos últimos. Los jimenistas, en contraposición, se pronunciaron en Barahona y otros pueblos, exceptuando la capital (obra citada, Pág. 99).

“En las jornadas descritas se destacaron, conforme a Robert (53): Norberto, Virgilio y Braudilio Feliz, Wenceslao y Jaime Sánchez, Ángel María Puello, Bernardino Vásquez, Eduardo Leyba, Nicolás Cabulla, Elías Cornielle, Francisco Montero, José de la Cruz de la Rosa , Pedro Guevara, Leopoldo Michel, Alfonso Urbaez, Andrés Matos, Juanico Gómez, Tomas Cuevas, Chicuelo Liben, Jobino Guevara, Secundino Gómez, Rafael Matos (Falé ) y Julio Rivera, entre otros” (obra citada, Pág. 100).

“Entre” esos “otros” revolucionarios no mencionados, desde luego, se encontraba el general Lucas Evangelista de Sena, la leyenda que más pasión ha suscitado desde aquellos tiempos, a poetas e historiados y muchos otros dan cuenta primordialmente del hecho histórico de su fusilamiento, por la trascendencia que tuvo su figura de general cimarrón. La omisión es tema para despertar una investigación más minuciosa, como también el determinar por qué hombre de confianza del lilisismo en el sur, como fueron José A. Acosta (el Totoño), que junto a Esteban Cáceres y al general Tomás (Co) Hehasme, asesinaron frente a la cabeza de Las Marías de Neiba, al general Pablo Mama, por ordenes del Presidente Lilís, aparecen luego formando parte del banco de los “bolos”.  Pero, tal como he dicho antes, es un buen tema para otra ocasión. Sigamos con la relectura de la novela Carnavá, que es el tema que nos mueve en esta ocasión.

Ahora bien, ¿quién fue el general Lucas Evangelista de Sena?

La principal historiadora de las tradiciones neibanas es la profesora Elixiva María Vásquez de Díaz y en su obra titulada Antiguayas de Neyba (primera edición), nos dice que nuestro héroe era un cantor popular del histórico Valle de Neiba, con las siguientes palabras:

“Lucas Evangelista de Sena (Lucas Merón). Conocido popularmente con el sobre nombre de Lucas Merón, fue hombre de acrisolada personalidad, donde se conjugaron, la inteligencia, el valor, la dignidad de hombre de trabajo y la alegría de vivir de todo joven enamorado.

“Muchos dirían, que fue tan enamorado de la hembra, de los animales, del trabajo, de la política y de la vida en sí, que lo estaba también de sí mismo, ya que sus coplas siempre llevaban su yo, como punto de referencia. Aquí algunas:

“Mi caballo Nube Negra
Vamo pá Guayacaná
Que me espera mi muchacha
Atrá  de la palizá.

“Yo soy pobre é  la sabana
Nadie me pone la silla
“Corcobiando” o “columpiando”
Soy como me da la gana.

“De reconocida militancia en el Partido Bolo, su figura emerge entre las humaredas de la pólvora quemada en las luchas intestinas, dejando al descubierto su vocación política, cuyos quehaceres le hicieron acreedor al título de General, honor que era usual conceder a los hombres que se distinguían en las revueltas, así como también, de un episodio surgido dentro de estos menesteres, recibió el apoyo de Carnavá, nombre que él aceptaba complacido cuando decía:

“Yo ante era Luca Merón
Ahora soy Carnavá
General por la mañana
De noche y de madrugá.

“Pero la perfidia asechaba y envuelve a este hombre excepcional en un negro manto de acusaciones. Las Autoridades de Barahona mediante un ardid le hicieron prisionero y después de interrogarlo en Neyba, resolvieron trasladarlo a la sede de la provincia.

“Tomaron el camino de Rincón (hoy Cabral), tal vez porque el motivo por el cual se hizo allí una escala, escala que seria el final de su trayectoria política y seria el final también de su trayectoria existencial.

“Comprendiendo éste que se encontraba envuelto en los crespones de la muerte, exclamó:

“Yo soy hombre entre los hombres
Yo soy macho entre los machos
Merón siempre me decía
Que yo nunca fui muchacho.

Luego, cuando un adiós de eterna despedida a la mujer de sus amores canta:

Lo único que yo siento
es que Pancha tá “embarazá”
Pero si pare varón
Que le ponga Carnavá.

“Carnavá será siempre para la posteridad, arquetipo de la nobleza y de la hombría.

“Este hecho lamentable, sembró la consternación desde Cabral hasta Las Lajas, pero esto no impidió que el cantor, cuyo arte siempre estaba presto, compusiera la mangulina, que arrancado de tan doloroso suceso decía así:

“Yo no fui que lo matee
ni que lo mandé a matá
De esa muerte solo saben
Bartolico y Nincolá

Bartolo Feliz –termina la cita de la historiadora Vásquez de Díaz,- apodado Bartolico, era el Comandante de Armas de Neyba en aquella ocasión” (obra citada, paginas 247, 248 y 249, editora Alfa y Omega, República Dominicana, 1997, primera edición).

El historiador barahonero don Matías Ramírez Suero, en su obra titulada Fundación de Barahona (primera edición), nos se refiere al general Lucas Evangelista de Sena, como parte sustancial del subtitulo: Nuevo Gobernador de Barahona, en lo siguientes términos:

“El Presidente Morales nombra ahora como gobernador de Barahona al general José Feliz, nativo de Rincón. Este general estaba antes como comandante de la plaza de Guerra.

“Tan pronto llegó a Barahona procedió a perseguir a los elementos que eran bolos. Al saber que en Neiba había uno muy valiente y peligroso, según decían, hasta allí se fue el gobernador Feliz.

“Ahí estaba Lucas de Zena, dedicado sólo a su agricultura, en el lugar de Guayabal. El gobernador llegó al Guayabal y trató con De Zena que debería cooperar con el gobierno porque él era necesario. Lucas de Zena entonces accedió a acompañar hasta Barahona al gobernador y éste le rogó que pasaran por el pueblo de Rincón para comerse allí un sancocho que le estaban haciendo.

“El gobernador le ofreció a De Zena la comandancia de armas de Neiba. Tal cosa la creyó De Zena y por eso accedió a llegar con Feliz a Barahona. Como Lucas de Zena era un gran músico del pueblo de Barbacoa (Jaragua), llevó consigo su acordeón.

“Salen para Barahona Feliz, De Zena y sus acompañantes. Todos estaban de parte del gobernador, sus ayudantes y guardaespaldas. En ese camino venia De Zena tocando una mangulina, pieza nacida en ese lugar, según sabemos, pues ya desde los tiempos de los indígenas se tocaba por allí al son de los instrumentos de entonces, debajo de matas de mangos, esa fue la causa de llamarse así esa pieza musical.

“Llegan allá a la casa del general Nicolás Cabulla, donde se estaba haciendo el sancocho. Y cuando se iba a servir, llega una patrulla bien nutrida y armada y hacen presos a todos los que allí estaban. Después de requisados a todos, sólo dejan preso a Lucas de Zena, o Lucas Merón, lo engrillan y le ponen esposas. Parte para Barahona el gobernador y deja sus órdenes. Deja en manos de sus enemigos a Lucas de Zena, que eran Nicolás Cabulla y Bartolico Feliz, y como iban a fusilarlo, De Zena quiso morir al son de su mangulina y les pidió a sus ajusticiadores que le dejaran sus manos libres, para ir tocando sus mangulinas.

“los rincones, quizás para más divertirse, accedieron a su petición. Por las calles del Rincón paseaban a De Zena, cantando sus mangulinas. Todo eso era una escena conmovedora. As cantaba Lucas Merón o De Zena:

“YA ME VAN A FUSILAR

“Por las calles le paseaban
tocando su acordeón
y De Zena allí cantaba
¿Aquí va Lucas Merón!

“Me pasean por el lugar
esta gente de Rincón
y me van a fusilar
después de una gran traición.

“I me matan por ser bolo
ese traicionero gobernador
pero les digo aquí a todos
que no cambio mi opinión.

“Que al que le llega la hora
como a mi me llegó
lo que debe hacer ahora
es, encomendarse a Dios.

“Me hacen una gran traición
para entregarme al enemigo
ese vil Feliz, el gobernador,
que me trajo aquí consigo.

“Para matarme en el Rincón
mediante esa cruel traición
y lo que hacen sin razón,
cantaba así Lucas Merón.

“Son así esos rabueses
traicioneros y cobardes,
el gobernador me conduce
para en el Rincón matarme.


Díganmele a mi Pancha Pérez
que si pare hijo varón
que a ese niño le pusiera
así, Luquitas Merón.

“Y no vayan a pensar
algo después sin razón
que fueron Bartolico y Feliz
que me han hecho esta traición.

“Y fusilan a Carnavá
en el pueblo del Rincón
lo proceden allí a enterrá
después de esta traición.

Son evidentes las diferencias de matices que existen entre los historiadores regionales precedentemente citados, respecto al general Lucas Evangelista de Sena. Dejamos al receptor elaborar su propio juicio inmediato, por ahora. Al final, hacemos algunas observaciones. Dada la escasez de información precisa sobre muchos aspectos de la historia de nuestros pueblos, la imaginación popular ha ido llenando los vacíos de la memoria. Empero, el historiador L. Padilla D´ Onís, en su conocida obra Episodios Nacionales, respecto de la personalidad histórica del general Lucas Evangelista de Sena, nos cuenta que otra fue la forma de su captura aunque al través de los mismos personeros, y en quienes confió porque el gobierno de Morales fue producto precisamente de la revoluciones unionistas llevada a cabo por bolos y coludos contra Wos y Gil, pero las cosas dieron un nuevo giro, y Padilla D´ Onís nos cuenta el siguiente episodio de nuestra historia nacional:

“A principio de siglo Lucas Sena en Neyba había cometido sus desmanes con la anuencia de ciertas personas del poblado, y muchos le tenían miedo; nadie hablaba, y el Gobernador Cabulla no había sido capaz de imponer la autoridad constitucional en aquella anarquizada común, pero molesto pensaba tomar sangrienta venganza con él cuando volviera allí.

“Mas, los días pasaban rápidos e inalterables, y la venganza prometida iba cayendo en el olvido, al extremo que, de no haber ocurrido algo imprevisto, quizás si nunca se hubiera realizado.

“Lo sucedido fue que el Gobierno resolvió restablecer la normalidad en aquellas comarcas y designó Gobernador Provincial al General José Indalecio Amador, quien se presentó inesperadamente en la ciudad y requirió de Cabulla la entrega inmediata del mando, a cuyo pedido se negó Cabulla pretextando lo ocurrido en Tierra Nueva, y que no entregará hasta no dejar debidamente sancionado ese crimen. Amador le urgió la entrega bajo palabra de caballero de que pondría en sus manos a Lucas atado de pies y manos para que hiciese con él lo que quisiera.

“En posesión de la Gobernación , Amador tres días después se encaminaba a Neyba para cumplir su palabra empeñada, acompañado de su Estado Mayor. De paso por Cabral hizo reunir a la caballería rinconera al frente de la cual se puso al propio Cabulla. Esta caballería quedó de reten en el Puente de Las Marías, unos dos kilómetros del pueblo.

“Al llegar Amador a Neyba destituyó al Comandante Bartolico Félix, quien fue requerido de abandonar enseguida el pueblo, y despachó un correo a Barbacoas participándole a Lucas que el Gobierno quería cambiar todo el tren gubernativo en la Provincia y lo había nombrado Comandante de Armas, que le rogaba darle las gracias al Presidente Morales por tan acertada disposición, y, deseaba, además, que no dejase de aprovechar que él estaba en Neyba para tomar enseguida posesión del cargo.

“Algo esquivo Lucas, se informó del número de personas que acompañaban al nuevo gobernador y al saber que no eran más que doce, partió para Neyba escoltado por cincuenta jinetes.

“Amador lo recibió jubilosamente y tras un afectuoso abrazo pregunto al presunto Comandante acerca del número de jinetes que habían llegado con él, entregándole cien pesos para que se los distribuyera y obsequiándolo a él con otros cien. No conforme con todo esto mandó situar en una casa bastante apartada de la Comandancia una barrica de ron y sendos paquetes de tabacos a disposición de los barbacoeros, que no se hicieron de rogar mucho, abusando tanto del licor, que fueron contados los que a las dos horas no estuvieran completamente ebrios.

“Luego invitó a Lucas a que comiese junto con él y su Estado Mayor para solemnizar su toma de posesión. Al final de esta cordialísima comida dos oficiales apuntaron con los cañones a las sienes de Lucas requiriéndole su rendición. La comedia se había vuelvo tragedia, y desarmado y bien seguro se le internó en el calabozo de al Comandancia, disparándose enseguida un montante que era la señal convenida con la caballería de Cabral, que a los pocos minutos entraba en el pueblo a todo galope.

“Solemnemente Amador le hizo entrega a Cabulla, del prisionero y partieron todos inmediatamente para Cabral, para evitar posibles contingencias.

“Justo es consignar que en ningún momento de su accidentada vida desmintió Lucas de Sena, su valor y su coraje. Durante el trayecto iba cantando alegremente e improvisó muchos versos satíricos fustigando la alevosía de quienes lo habían engañado tan míseramente, a él, que jamás engañó a nadie.

“Momentos antes de la ejecución y aludiendo a los medios con que le hicieron preso apostrofó a los rinconeros con estas palabras: Yo soy y he sido siempre un hombre superior a todos ustedes, porque di siempre oportunidad al contrario para batirse de hombre a hombre conmigo. Seré todo lo que se quiera, pero nunca hubiese traicionado al hombre que hubiese sentado a la mesa conmigo y le brindara mi comida llamándolo mi amigo.

“Interrumpido por varias voces que le gritaban “cállate, asesino”. Les contestó: “Así son ustedes, cobardes y falderos, en la cintura, me saludarían sombrero en manos y me dirían caballero”.

“Murió como un estoico y él mismo ordenó el fuego al pelotón que debía victimarlo, con una presencia de animo admirable y sin permitir ni que lo vendaran ni que lo colocasen de espaldas, porque él “siempre había sabido mirar la muerte de frente”.


“Tal fue Lucas de Sena, el valiente neibero al que se le han atribuido tanta romántica leyenda y alguna que otra espeluznante patraña”.

En efecto, hemos visto la razón por la cual la novela Carnavá, no obstante ser un logro como esencia poética, en cambio se aparta esencialmente del hecho histórico, de la autenticidad del dato novelado. En cierta ocasión interrogué al autor de Carnavá en torno a este asunto, y me contestó que su intención fue hacer de Carnavá un poema en prosa, no una novela histórica. Ello tiene dos implicaciones: o el autor distorsionó la historia de Lucas Evangelista de Sena, o no la investigó suficientemente y se llevó sólo de la imaginación, o de lo que le contaba don Payón Sena, su barbero perpetuo, y que fue la persona que siempre estuvo ahí, para contarle las cosas de los de Sena. Entonces la novela Carnavá es, en esencia, lo que su autor plasmó y no modificó nunca, a pesar de las críticas constantes. En segundo lugar, la teoría del lenguaje profesado por Hernández Acosta, como parte de la Generación del 48. De la relectura de la novela Carnavá nos queda, desde luego, un Lucas Merongo inmortalizado como poema en prosa, y es lo que importó a su creador. La autenticidad del personaje quedará diseminada y sólo el genio sureño podrá tocar en sueños a uno de sus hijos y devolverle al general Lucas Evangelista de Sena, eso que dijera la profesora Elixiva María Vásquez de Díaz, en Antiguayas de Neyba, en el sentido de que “Carnavá será siempre para la posteridad, arquetipo de la nobleza y de la hombría”.

La novela Pablo Mamá, de Freddy Prestol Castillo, es un logro no sólo como esencia poética, sino también como esencia histórica. A mí humilde entender, esos defectos técnicos en Carnavá  se debieron fundamentalmente a dos hechos incontestables: en primer lugar, a la intención de Ángel A. Hernández Acosta de crear como personaje alterno a Carnavá, al hombre fuerte del Presidente Lilís en Neiba, el Totoño. Quien presencia a José Antonio Acosta (el Totoño) por carta de puño y letra, dirigida al Presidente Lilís, es su entonces Comandante de Armas en Neiba, el general Eduardo Leyba Reyes, quien era entonces el esposo de Rafael Acosta Vargas, hermana de el Totoño. El autor introduje su propia biografía, pues José Antonio Acosta (el Totoño) era tío de Luciana Acosta Vargas, la madre de Ángel Atila Hernández Acosta, sino que también lo compromete con el destino final de Lucas Carnavá, pues el Totoño era de los remanentes del lilisismo que pasaron al bando de Woss y Gil, y luego se unieron a los horacistas  o “coludos” contra los “bolos”, como era natural. Siendo Lucas Carnavá de un tronco “bolo”, y se deja fusilar por no cambiar de opinión, se presume que fue de los pocos dominicanos preclaros en aquellos tiempos, y que sigue siendo, más aun hoy cuando se ha hecho del clientelismo político una regla electorera cada cuatro años, permanece siendo arquetipo de la nobleza y de la hombría. De sus virtudes, de su firmeza política, surge el impacto que su leyenda ha impactado en la imaginación de las generaciones sureñas de todos los tiempos. Era pues un hombre de mucha firmeza en sus convicciones partidarista y era, por tanto, fiel hasta morir al partido bolo. Su tragedia, empero, tuvo otro ingrediente que Hernández Acosta no toma en cuenta: Bartolo Félix, desde siempre quiso a Pancha Pérez, con el apoyo de la madre de ésta, doña Francisca (doña Cucha) Matos, como esposa. Este es el centro emocional de la tragedia. Pero, desde niña, Francisca Pérez Matos, amaba a Lucas Merongo. Este ingrediente pasional, unido al fenómeno político, origina la desgracia de Lucas Carnavá. Desde luego, el gobierno de Morales Languasco había sido producto del triunfo de la revolución unionista contra el general Woss y Gil, lo que implicaba que al ser designado como Comandante de Armas de la común de Neiba, para Lucas Carnavá ello no podría ser, lógicamente, motivo de una tramoya, a causa de viejas rencillas que se suponían curadas por el furor de la revolución unionista. No obstante la diferencia de matices, a diferencia de Hernández Acosta en su novela Carnavá, todos los autores consultados concuerdan en que Lucas Merongo aceptó asumir la Comandancia de Armas de Neiba, pues era político y los politos lo que buscan es el poder, pero también era el dominicano que en tiempos de paz volvía a labrar la tierra pacíficamente, hasta que la Patria de Duarte lo requiriera de nuevo. Además, un antepasado de Lucas Evangelista de Sena, con el mismo nombre, había estado involucrado durante el proceso de independencia. Su familia era un tronco desde siempre liberal; Duartista. Al igual que el general Pablo Ramírez  en Cambronal, hoy Galván, el miedo a un hombre de la talla moral y del grado de temeridad que despertó Lucas Carnavá con esa imagen de hombre recto, de una sola palabra, de madera de guayacán, era un peligro y esa fue la causa que llevó a los envidiosos del patio a fusilarlo conforme lo había ordenado por decreto el presidente Morales Languasco, haciendo uso de todas las artimañas posibles.

De las lecturas personales que he hecho de textos literarios de la Generación del 48, he percibido que profesaban una especie de retórica que incluía seguir texto de otros autores extranjeros en boga y lograban así  el mismo clima poético del genio que imitaban. Así, por ejemplo, en Pedro Mir, vemos como se acerca y se aleja de Federico García Lorca, como se aproxima y se contrapone al mismo tiempo tanto a Pablo Neruda, como a Wat Witman. De ahí que a parte de las contradicciones de tipo técnicos en la construcción de la novela Carnavá y que han advertidos intelectuales y críticos profundos en la materia como Andrés L. Mateo, y a parte de la falta de cierta autenticidad en el hecho histórico fundamental narrado, que es la tragedia de Lucas Carnavá, hay otras contradicciones que desperfilan al personaje en cuanto tal. Si bien Lucas Carnavá es definido por el narrador Ángel A. Hernández Acosta como un héroe que era “Era como el rocío para un beso en la mejilla, y para un acto de hombría, era como el fuego”, o que “Era como algodón pero cuando se comprometía era guayacán”, se produce un desnivel cuando le propinó un pescozón a un  niño llamado Yistén  que fue a contarle el pleito que entre Viejo el mocho, y Che Blanco, acababa de ocurrir en el Córvano Jachao, sito ubicado entre El Estero de Neiba y Las Barbacoas. Molesto, el cura del lugar corrige al general Carnavá, y éste le pide perdón a Yistén y el cura lo santifica por esa elevación de espíritu. 

Remarca uno de los personajes segundarios de la novela, diciendo: “El general enfureció, le dio una galleta a Yistén, diciéndole: “tú no sirves ni para dar aviso”, y a nosotros: “¿carajo!”, cuidado quien se mueve, voy sólo porque tengo que acomodar a Viejo, el mocho, para pagarle la mala costada de su hijo. Si me siguen, me devuelvo, y ninguno de ustedes es, el mocho”, y cuando iba a salir el cura se le interpuso, recordándole que la Biblia dice: “No matarás”; y el general: ¡¿y los que en la comandancia matan hombres amarrados?”, y escura: “por eso los ha derrotado el pueblo con la Divina Providencia de Dios”, y el general: “¿y los que mataron a Jesucristo?”, y el cura: “ya ustedes saben quienes son y como andan”.

Otra evidente contradicción es la siguiente expresión: “Así lo hice, y los encontré hablando de revoluciones con Totoño, y Totoño decía que él había peleado en Cambronal, y que cuando le tiraron a Pablo Mamá en “Las Marías” él lo vio caer como si a la mula se le hubiera zafado a la carga, y que nomás decía: “que que que no han hecho ná, que que que no han hecho ná”. 

¿De dónde le vino al gaguera al general Pablo Ramírez, el héroe de Cambronal? ¿De la gaguera del autor de la novela Carnavá?   No sabemos, pero si creemos que el autor de la novela Carnavá debió también ahondar en dos aspectos fundamentales: primero, cuando el cura está hablando con el general Carnavá y viene “Yistén, un negrito que yo conocía porque nunca faltó en parrandas y tertulias por aquello de “cómprate y cógete el menudo”, “y el cura” había dicho al general: “y a usted, Carnavá, le aconsejo se cuide, le están acusando de la muerte del interventor de aduanas”; y el general: “¿cómo?”, pero son simples referencias que no cobran vida propia dentro de la novela, imprimiéndole defectos técnicos, pues allí, en esa conversación fugaz, está la novela de Lucas Merongo, pues por ese hecho es que es fusilado y había, desde luego, que narrar todo lo sucedido, a fin de que el lectura pudiera evidenciar por sí mismo si el general Lucas Evangelista, como testigo de los propios hechos de los cuales era acusado, decía la verdad en su copla donde cantando decía que eso fue obra de Bartolico y Nicolás, lo cual no deja de ser un simple alegato, sin la ayuda de la historia. Y así la obra cobra intensidad, al mismo tiempo que pierde extensión. El tema no se agota. Ni el lector inteligente queda satisfecho. ¿Quién era ese cura, cómo se llamaba? La obra no se lo dice. Lo grande el caso es que cuando el narrador de Carnavá cuenta lo siguiente:

“Pero cuando el general cantoo: “Luís Liquí  me tuvo a mi, de cerro en cerro no má, ahora lo tengo yo brincando caño y cañá “, algunos bajaron las manos, y sólo volvieron a levantarlas cuando Carnavá dijo que no, que eran cosas de generales, que Luís Liquí y él eran amigos, aunque uno fuera bolo y otro colú, y que si una noche se armó un tiroteo allá en “El Memizo”, fue porque Luís Liquí, siendo comandante, lo mantuvo brincando de cerro en cerro como chivo cimarrón”.   Entonces el lector vuelve a preguntarse: ¿y quién era Luís Liquí?

El general Pablo (Mamá) Ramírez era el cacique de Cambronal y Luís (Liquí) Pérez Florián era uno de los dueños de Neiba. Su secretario personal era Paulino (Gurruñin) Vásquez. Ambos habían sido sometidos a un juicio criminal a comienzos de siglo por una masacre que perpetraron en  la común de Neiba, y cuyo expediente fue archivado por decreto presidencial del dieciocho de julio de mil novecientos tres. De suerte que José Antonio Acosta (el Totoño) venía a ser como el contacto entre esos hombres y el presidente Lilís, habiendo sido también Comandante de Armas de Neiba, luego del asesinado del general Pablo Ramírez y del hermano de éste, tal como se cuenta en la novela de Freddy Prestol Castillo, titulada Pablo Mamá. Entre las muchas mujeres que se enamoraron del general Carnavá, parecer  ser que Silvana Acosta, hija del comandante el Totoño, era primordial, de ahí que fuera la única persona que quiso salvar a Lucas Merongo, cuando fue capturado por el general Amador Feliz y su Estado Mayor y la caballería rinconera acantonada en la cabeza de aguas de Las Marías. Silvana tenía entonces un cantón de hombres que le obedecían ciegamente, y con ese donde de mando le dijo al general Carnavá: “Te vas al monto ahora mismo. Lo coges como un consejo o lo coges como una orden”. Pero ella está aconsejando a un hombre que siempre había mirado la muerte de frente, y ya, si miraba sus pies y no veía su propia sombra a pesar de la luz solar, era, lejos de la casa materna, un caso perdido como quiera.

En fin, hermosa es la leyenda histórica del general Lucas Evangelista de Sena. Carnavá es un logro como esencia histórica. Es imposible entonces que la autenticidad del hecho pueda trascender ante un poema en prosa como la novela Carnavá, si el logro de las la esencia poética no apareja el cómputo fidedigno del hecho histórico. Si bien la autenticidad es parte esencial de los méritos de todo buen arte, sobre todo entre los escritores de la Generación del 48, para quienes, con toda su retórica, el compromiso con la palabra fue siempre un compromiso con la verdad.

Así, pues, saben ustedes por qué mi novela La fiesta de Lucas Cajnavá ha venido a llenar un vacío, ha venido a aportar el capítulo final de la verdadera muerte de Lucas Evangelista de Sena, a fin de que los lectores puedan tener en el futuro no sólo un doble disfrute: poesía e historia en una misma narración.

Es bella la frase que define a Lucas Evangelista de Sena, diciendo que: “Era como el roció para un beso en la mejilla, y para un acto de hombría era como el fuego”. Esta es empero una frase construida a partir de esta estrofa de Federico García Lorca:

¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué duro con las espigas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderitas de tinieblas!

Otra vez es la noche, desde luego, es un verso de Antonio Machado que sirve a Ángel Atila Hernández Acosta, para titular su libro de cuentos: Otra vez la noche. Ahora estamos hablando de influencias. Que son muchas, desde Franklin Mieses Burgos como poeta hasta Néstor Caro como cuentista.

Al escribir la novela La fiesta de Lucas Cajnavá, no sólo estaba en el deber de perfilar en la primera frase una definición totalizadora del personaje, cuando arranca afirmando que “¡Sí!; el general de generales, sí, Lucas Evangelista de Sena, no fue sino una de las tantas victimas irreparables de nuestras revueltas intestinas”, sino no que también debía darle a la obra un clima poético aceptable, y es cuando logra la construcción de frases propias del lar sureño, lejos de influencias foráneas, como esta que no sólo lo define nuevamente con toda su nobleza y hombría diciendo que toda la vida de Lucas Cajnavá fue como paja flotando entre las lágrimas de un ojo, sino también cuando lo define camino al escenario donde se produjo su captura, en los términos en la página  47:

“Sesenta eran los hombres que iban tejiendo cabriolas al paso de los caballos revolucionarios. Iban como San Juan a finales de julio. A la cabeza de aquellos hombres armados de revólveres y carabinas, como chivos a un corral sin empalizadas, iba el general Lucas Cajnavá, ¡sí!, el general Lucas Cajnavá. El canto de los pájaros era escaso. Pero las tórtolas tristes, junto a las ciguas de palmas reales y a los rolones y palometas que alzaban vuelo al paso de la recua, transmitían a los hombres el misterio de la naturaleza. El pájaro del monte que se comparaba con un ruiseñor de cancionando en primavera, era el juglar maravilloso, Lucas Evangelista de Sena; pero ya era un ruiseñor de otoño, sin verdores en el alma y no era lo mismo ni era igual a otrora carnavales; y su canto de luz era, por tanto, ¡mira!, un canto de sombras de cosas:

Yo no fui quien lo mató,
Ni quien lo mandó a matar.
Los culpables de esa muerte
Fueron Bartolico y Nicolás.


Abraham Méndez Vargas, narrador y poeta dominicano, Presidente del Grupo de Escritores y Poetas Informalistas de Barahona.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tengo muchas razones para estar absolutamente fascinada por su ensayo" Relectura de la Novela Carnava". Me gustaria tener mas informacion de como continuo la historia. Quiero saber que sucedio con en nino si nacio varon o que sucedio con la descendencia de Luca Merongo Carnava. Me imagino que hubo prejuicio de los lideres del momento para publicar la verdera historia de valentia de Luca Merongo Carnava. La traicion huele a cobardia y no me parece que hubiesen quedado bien visto. La historia de covardes y traicioneros no lucen muy bien para la descendencia.