05 marzo 2010

Mateo Morrison o la rúbrica del desvelo



Escrito por: JOSÉ RAFAEL LANTIGUA
En 1969, hace cuarenta años, Mateo Morrison comenzaba su ya extensa andadura poética, rubricando un pequeño folleto, junto a las creaciones de otras dos jóvenes promesas de la época: Andrés L. Mateo y Rafael Abreu Mejía.
Fue, sin dudas, la carta de presentación de estos tres poetas, que comenzaban a desbrozar los caminos de la literatura dominicana de posguerra, para construir las nuevas voces y los nuevos alientos, frente a las contingencias sociales y políticas del momento histórico que el “viento frío” de la guerra había inoculado en los ideales y en los temperamentos creadores.
Los tres se precipitaban sobre ese abismo de promesas y de sueños, con sus características propias, desde versos que aleteaban sobre formas de vida y de combate que diseñarían la nueva realidad y los nuevos haberes.
Mateo Morrison comenzaba a parir esa poesía de corte ideológico que le abriría un espacio de truenos y relámpagos en la poética nacional. Era el momento del dolor acumulado, de la pesadumbre que coronaba esfuerzos fallidos y de la denuncia que pregonaba el “armazón de miedo” que urgía a organizarse para rebelarse contra los desasosiegos y las heridas abiertas, abriendo trincheras de honor y vergüenza para el futuro.
“¿Por qué tienen mis versos/ ese rastro de llanto recrecido?”, se preguntaba el poeta, advirtiendo al mundo “el dolor instituído”, el “odio almacenado/ desde que la siembra quedó trunca”, y al mismo tiempo forjando con su cuestionamiento una explicación al motivo que inspiraba aquellos versos, con los cuales iniciaba una carrera poética donde el ideal sería la fragua del desvelo creador,  y la lucha social el trajinar cotidiano por los predios del poema y sus aristas de denuncia y de esperanza.
En aquel folleto de poesía de 1969, publicado por el Movimiento Cultural Universitario, Héctor Amarante vaticinaba que  Mateo Morrison tenía pretensiones de “no ser poeta hoy solamente, sino de mañana y de siempre”.
El hecho se cumplió fielmente. Morrison iniciaría así una carrera literaria que lleva ya más de cuatro decenios, enfrentado al asombro pertinaz del poema y sus meandros, cohabitando con la poesía como una compañía fundamental de su existencia, a la que se ha entregado con pasión, sin vacilaciones y con valentía, enfrentando desafíos y rompiendo lanzas frente al “armazón de odio” que ha generado su lealtad al poema y sus atributos sociales, entre quienes no han entendido quizá, los alcances gravitantes de una poesía entroncada en las más puras esencias de libertad y de redención del ser humano.
En 1973, cuatro años después de aquel primer folleto donde presentaba sus credenciales en trío, Morrison publica su primer libro, “Aniversario del dolor”, desde donde creemos nosotros se desprende toda su  poética subsiguiente, todo ese andamiaje de versos que buscan columpiarse entre la serenidad del desahogo, la templanza de la palabra encendida, la expansión del miedo y la firme seguridad de que, al final, una luz de liberación iluminará el camino lleno de abrojos y dudas y acosos y rebeldías.
Desde el pensamiento brechtiano, Morrison formula el poema de los tiempos sombríos, aquellos en que el dolor parecía extenderse y la pesadez del día generaba agobios, pero aquel también donde “los muchachos a coro están cantando./ Y uno cree que si cantan retoños populares/ la cosecha llegará después de las lluvias”.
Quizá la utopía sentenciosa y solemne de los poetas de posguerra, se sobrepuso a la edad sombría y, almacenando desafíos y trampas, buscó guarida en la oquedad del tiempo y su averno, para florecer desde otras señales y desde otros desvelos.
Mateo Morrison siguió, empero, llenando el espacio amplio de la poesía dominicana con sus versos aguijoneados por los espejos de la rebeldía y el reclamo social, pero al mismo tiempo escritos sobre una escuela de amor, bajo el tinglado de narraciones luminosas de la experiencia vital, íntima, personal, que conforman, con toda seguridad, su haber poético más sólido y trascendente.
Cuando en 1999 se cumplieron treinta años de esa andadura iniciada en aquel folleto del MCU, yo escribí en alguna parte lo siguiente:
“Ya debe cumplir treinta años la poesía de Mateo Morrison. Poeta de posguerra, Morrison ha ido delineando con lentitud y coherencia, que tal vez sean términos parejos, una escritura poética que vista con un enfoque contable seguramente parecerá breve, pero que abierta a una realidad de perspectivas, como vehículo de ideales y sueños, parece tan densa y amplia como la mayor de  las poesías de su género”.
Me he preguntado muchas veces, por qué poetas y escritores, incluso algunos que se iniciaron en la poesía tras los claroscuros del poema social y político, desdeñan y arrinconan ese accionar  poético que alumbró retos y promesas.
Cuestiono esa actitud, y afirmo no entenderla. El poema social y político hizo un camino relevante en nuestra poética de posguerra. Construyó un canto de libertad y de duelo, de rebeldía y de sueños, de miedo y esperanzas. Se internó en la población del espíritu indomable, creció en la fronda de la utopía necesaria, y formuló la sentencia oportuna que la época demandaba.
Para entender la realidad de aquellos años, será siempre imprescindible volver a la poesía que describía ese tiempo y su compromiso. Muchas veces, casi siempre, diría que invariablemente, la poesía narró con mayor precisión que la propia descripción histórica, los vaivenes de las edades y la conjura de los tiempos. Ella describió los vacíos, los espacios silentes, las camisas de fuerza, los amores disueltos, las nostalgias, las soledades, los apremios, las luchas, las debilidades, las desnudeces y temblores de momentos históricos de insoslayable vitalidad.
¿Por qué prescindir de una poesía que nos introduce en tiempos repletos de convocatorias a la palabra y a la batalla social?
¿Por qué satanizar las voces que se mantuvieron firmes sobre los rieles de una conducta política que, al margen de acuerdos o desacuerdos, signó una época y marcó los haberes de toda una gran generación?
¿Por qué desdeñar y arrinconar una poética que se hizo consustancial a la creación literaria de su época, y formuló los destellos de esperanza y redención que ese tiempo proclamaba?
Si se leyera fuera de prejuicios la poesía completa de Mateo Morrison, se podrá descubrir, como aspecto relevante de su trayectoria, que ha sido este poeta el único de su generación que luego de edificar su poética social o revolucionaria, hizo el trasvase de su canto siguiendo una línea firme, con sus trazos sencillos y a la vez profundos, para seguir describiendo el suceso posterior, o sea, el cambio hacia una nueva forma de enfocar la vida y sus caminos, de enfrentar los retos de la nueva realidad.
“Ahora para hacer una ciudad posible/ tenemos que crearla día a día/ en nuestras mentes./ En escenarios propicios al abismo”, escribiría el poeta cuando ya se ingresaba a la segunda mitad del decenio de los noventas, rotas ya las cuerdas que ataban a muchos a aquella época sombría.
El poeta hacía la apuesta a que convocaban los signos de los tiempos, y se abría a esa nueva realidad, sin abandonar su equipaje de cansancio, de humedad, las “lunas recorridas”, las sombras, las infinitas ternuras, los fuegos y las fugas.
Es pues, Señores, la de Mateo Morrison ciertamente, una de las trayectorias poéticas más alumbradoras de los últimos cuatro decenios, desde aquel primer acto poético rebelde de 1969, que arriba esta noche a su momento más señero, la que le permite al poeta ascender a la inmortalidad, al recibir el máximo honor de las letras nacionales.
Hombre de mística, fiel a la memoria de sus ancestros venerados, regocijado siempre en el trayecto profesional y humano de sus hijos, en el amoroso ente que reparte sus querencias más vigorosas y persistentes entre quienes han dado a su vida sentido de trascendencia, Mateo Morrison es, hoy por hoy, una de las cumbres de la cultura dominicana, un auténtico símbolo de una historia forjada al calor del ideal y que sigue sumergido con fidelidad asombrosa a la rúbrica permanente del desvelo, a la ira renovada, y a la cosecha firme y latente del amor.
Coloquemos la mirada sobre los escombros/ y echemos una lágrima sobre nuestros muertos. / Admitamos que somos los mismos/ con los estómagos triturados/ aunque los ríos preñen la tierra/ y  la vida crezca en los campos./ Somos los mismos apretándonos la garganta /para que no sepan,/ que nos ahogamos en el mar creado/ por nuestras propias lágrimas.

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